«Dos breves novelas»

Dos breves novelas, compuestas en la cuarta década del siglo XIX: Una pascua en San Marcos de Ramón de Palma y El Ranchador de Pedro José Morillas, vuelven a la luz gracias a una edición crítica preparada por Cira Romero y asesorada por Ambrosio Fornet, que aparece bajo los sellos de la editorial Letras Cubanas y la Academia Cubana de la Lengua.

La obra tiene como antecedente la edición de ambas piezas, con prólogo de Fornet, por la Colección Licenciado Vidriera de la Universidad Nacional Autónoma de México en 2004, gracias a la iniciativa del narrador y editor Hernán Lara Zavala.

¿Por qué dar a la luz con tanto cuidado estas obras de parcos valores estéticos, que están lejos de anunciar los méritos de nuestra novelística mayor? La respuesta puede hallarse en el mismo volumen: porque son valiosísimos documentos para conocer el pensamiento y la conducta de un sector de la sociedad de aquel siglo, al menos, la del Occidente azucarero de la Isla y con ella, algunos de los conflictos que marcarían nuestra cultura de manera singular. A la vez, son piezas clave para el estudio de lo que podría llamarse la protohistoria de la narrativa cubana.

Cira Romero se ha encargado de realizar una labor minuciosa y vasta en este libro. No sólo ha anotado de manera profusa cada relato para precisar las variantes que cada edición de ellos ha introducido respecto a la primera, especialmente en materia de ortografía y puntuación, sino para esclarecer cuestiones relativas a la toponomia, las costumbres, las expresiones del léxico criollo y las circunstancias históricas que rodean la escritura de estas obras.

En el caso de El Ranchador esta labor va mucho más allá, pues no sólo nos ofrece el texto tal y como apareció en la revista La Piragua en 1856, sino que incorpora la redacción primigenia de este, rescatada por la investigadora puertorriqueña Adriana Lewis, tal y como fue concebida entre 1838 y 1839 y entregada por Domingo del Monte a Richard Madden, como parte de un álbum destinado a la propaganda abolicionista, que incluía la novela Francisco de Suárez y Romero, la Autobiografía de Manzano y otros documentos literarios o de simple propaganda. Esto permite comparar ambas versiones y evaluar los importantes cambios que el escritor introduce en el relato y que son producto de una evidente evolución tanto en el plano de las ideas como en el estético.

Las noveletas están acompañadas por un prefacio de Ambrosio Fornet: “Héroes y villanos en los orígenes de la narrativa cubana”, así como de una sección titulada “Otros textos” que incluye dos piezas de Palma: “La novela”,donde el autor ofrece sus criterios sobre el género tomando como pretexto la crítica a los primeros relatos publicados por Cirilo Villaverde, así como un texto costumbrista redactado con mucho ingenio: “La romántica” que ayuda a explicarnos en cierta medida no sólo el ambiente y algunas actitudes de los personajes en Una pascua en San Marcos, sino las polémicas estéticas que rodearon la escritura de esta obra. Los artículos de Morillas: “La mujer” y “La fortuna”, son obras mediocres, que no rebasan los tópicos comunes de las publicaciones de la época y vienen a demostrar que este misterioso autor entra en nuestras letras únicamente por los valores de El Ranchador.

Es preciso agradecer también los anexos – que ocupan, aproximadamente la mitad del libro-, el primero de ellos se detiene en la caracterización y aportes de las revistas donde estas obras vieron la luz: El Álbum y La Piragua; el segundo, mucho más extenso, titulado “El tiempo, las voces” es todo un dossier sobre la narrativa cubana en el siglo XIX y tiene la bondad de rescatar de publicaciones dispersas y reunir artículos y ensayos de autores tan diversos como: Anselmo Suárez y Romero, Antonio María Eligio de la Puente, Cintio Vitier, Calvert Casey, Roberto Friol, Antón Arrufat, Salvador Arias. Aunque todos son de extrema utilidad pues, hasta el modo de contradecirse evidencia la complejidad del fenómeno estudiado y las posibilidad de evaluaciones múltiples y en muchos casos complementarias, es preciso destacar el valor de hacer accesible al lector actual el “Prólogo” que el autor de Francisco redactara para la edición de las Obras de Ramón de Palma en 1861 y que, si bien está muy lejos de ser una evaluación objetiva y desprejuiciada, retrata con mucho detalle el círculo que rodeó a Domingo del Monte, sus preocupaciones culturales, los rasgos fundamentales de los contertulios, sus avideces y rechazos y hasta el modo peculiar de relacionarse con la sociedad de su tiempo y los que considera aportes fundamentales de este cenáculo casi mítico para nuestras letras. Este prólogo, tal débil cuando se abandona al deliquio poético, es, sin embargo, imprescindible cuando aporta datos que ayudan a caracterizar aquel intento ilustrado de fundar la literatura nacional.

Cierra la obra una cronología de la narrativa publicada en Cuba entre 1837 y 1857, dos décadas decisivas para nuestra literatura porque en ellas se vive el ascenso del romanticismo, la aparición de títulos más o menos relevantes como Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Antonelli de José Antonio Echeverría, Una feria de la Caridad en 183… de José Ramón Betancourt, sin olvidar la primera versión de Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde y también el anuncio remoto de las transformaciones que vendrán con el modernismo, al aparecer en 1857, en El Orden de Santiago de Cuba, los primeros relatos de esa figura novelesca en sí misma que fue Tristán de Jesús Medina. Están allí muchísimos títulos que no han podido ser localizados en nuestras bibliotecas o que esperan todavía un repaso de los investigadores que saque a la luz sus posibles méritos.

En la primera mitad del siglo XIX, a nuestro juicio, nada hay en nuestra narrativa que pueda compararse con la poesía que por esos años hacen Heredia, La Avellaneda, Plácido, Milanés. No se encuentran piezas cuajadas, sino preludios, atisbos, preparación para lo que en la segunda mitad de la centuria serán obras claves: Cecilia Valdés, Mi tío el empleado, Leonela, Mozart ensayando su Réquiem. Sin embargo, la labor de prospección de Cira Romero y Ambrosio Fornet nos ofrece un libro imprescindible para estudiar el ambiente cultural de aquellos que de la mano de Walter Scott y también de Madame Stäel, Juan Jacobo Rousseau, Chateaubriand y Richardson, quisieron inaugurar una narrativa criolla blanca, costumbrista, con un toque romántico y de un realismo casi imposible, en tanto muchos de sus cultivadores volvían las espaldas al problema fundamental de la esclavitud o la trataban como simple problema económico.

Eso hizo posible que Palma nos relatara los placeres de Una pascua en San Marcos de un modo semejante al que emplearía Chartrand unos años después para retratar los ingenios de Matanzas. El escritor nos ofrece sus doncellas inocentes hasta la tontería, sus galanes superficiales y botarates, sus propietarios que dividen el tiempo entre el juego, el galanteo y los proyectos de ascenso social, mientras que el horror está a las puertas. Cuando alguien hace violencia a la niña Aurora, es muy sencillo culpar a los negros y el autor escribe sucintamente: “y no se perdonó ninguna clase de medios para descubrir el agresor”, es decir, mientras los visitantes continúan su aventura folletinesca, a sus espaldas, el cepo, el bocabajo y otras torturas, ponen el verdadero sabor de época, ese que Morillas en su relato concibe como una maldición: para él los negros apalencados son a la vez bestias y víctimas y otro tanto son los ranchadores, porque toda la sociedad está marcada por ese estigma: la misma naturaleza de los cafetales sembrados al modo racionalista, con sus estatuas, fuentes y lagunas con esquifes, es la que presencia la cacería enloquecida de hombres y los incendios que reducen a cenizas cualquier ilusión de libertad. Estas dos novelas deben leerse así, como un diálogo imposible entre la sociedad que se ve y cuya falsedad la convierte en galería de esperpentos y la que se oculta, porque lleva en su interior los gérmenes de la disolución de una época: el salón y el palenque, el galán y el ranchador, el piano y el machete, la laguna de Anfitrite propicia para los amantes y el valle donde se asesina a mansalva. Ahí están los embriones de esa gran síntesis que es Cecilia Valdés y más allá, de toda una literatura.