TRABAJOS Y DÍAS DE AMBROSIO FORNET IN MEMORIAM

Ambrosio-Fornet

No he encontrado mejor título que una obra de Hesíodo para recordar a un Miembro de Honor de la Academia Cubana de la Lengua recientemente desaparecido.  Figura principal de las letras insulares desde la segunda mitad del siglo xx hasta nuestros días, en él se conjugaron la relevancia de su obra y ser ejemplo de probidad intelectual y mesura.

Integrante de una generación a la que pertenecen, entre otros, Roberto Fernández Retamar (1930-2019) y Graziella Pogolotti (1932),  se aúnan en su hacer el cuentista fugaz (A un paso del diluvio y Yo novi ná y otras narraciones, de 1958 y 2011, respectivamente); el crítico (Las máscaras del tiempo, 1995, Rutas críticas, 2011); el ensayista (En tres y dos,1964, En blanco y negro, 1967, Carpentier o la ética de la escritura, 2006, Narrarla nación; ensayos en blanco y negro, 2010, Nicolás Guillén y el laberinto de la diásporaantillana, 2011); el editor: baste señalar que fue Premio Nacional de Edición en 2009; el investigador (El libro en Cuba. Siglos XVIII yXIX, 1994, 2004, edición definitiva actualizada); el polemista; el guionista cinematográfico (Aquella larga noche, 1977; Retrato de Teresa, 1978); el director de cine (documentales didácticos como Cecilia Valdés, 1973, La poesía de Nicolás Guillén, 1974 y ¡Viva Cuba Libre!, 1976), él mismo en papel de protagonista, desde la perspectiva de otros cineastas, en Pocho, una persona decente y ¿Pocho, Ambrosio o Fornet?; y como estudioso del séptimo arte ha sentado credenciales con Cine, literatura y sociedad (1982), Alea: unaretrospectiva crítica (1987, 1998, edición definitiva), donde recogió textos suyos y ajenos dedicados a este director cubano, y el ensayo Las trampas del oficio. Apuntes sobre cine y sociedad (2007). Se desempeñó con igual éxito como traductor (obras de William Faulkner. J. D. Salinger, Ernest Hemingway), profesor (talleres en Cuba y en el extranjero); antologador (Relatos de Frank Kafka, 1964, Antología del cuento cubanocontemporáneo, 1967, Narrativa cubana de la Revolución, 1969, La literatura cubanaante la crítica, 1990) y prologuista de numerosas obras literarias, cubanas y extranjeras.

He mencionado solo unos pocos títulos, pero debo citar otro que lo distingue como pionero, en Cuba, del estudio de la literatura de la emigración posterior al triunfo revolucionario. Con Memorias recobradas. Introducción al discurso cubano de la diáspora (2000) se ampliaron los horizontes literarios de nuestra nación mediante una reunión de textos, por géneros, pertenecientes a autores establecidos en otras orillas y cuyas introducciones respectivas le pertenecen.

Agrego otros dos momentos relevantes: su ingreso a la Academia Cubana de la Lengua en 1997 y la recepción del Premio Nacional de Literatura en 2009. Las medallas Por la Cultura Nacional, Alejo Carpentier y Raúl Gómez García han sido merecidos reconocimientos a su buen hacer. La distinción Maestro de Juventudes premió su vocación  de orientar a los que apenas  empiezaban a crecer en estas lides. Acuñó términos de amplio reconocimiento: «literatura de campaña», «quinquenio gris» y «Cineliteratura». Son afanes varios, pero nunca opuestos, complementos unos de otros mediante una mixtura conseguida desde la pertinencia de sus inquietudes. Los frutos logrados han  sido posibles gracias a su disciplina, pero también a la propia naturaleza de su espíritu renovador, asido siempre a la serenidad de ánimo y al respeto por los demás y consigo mismo, factores conjugados causantes de que haya sido un hombre honorable de nuestra cultura. Supo polemizar públicamente desde la decencia y la limpieza de sus principios, sin jamás contravenir las normas de un ejercicio ganancioso cuando se cumple sin transgresiones ni vituperios. Desde posturas morales e intelectuales creó una sólida obra con la que ha dado luz a nuestro pasado y a nuestro presente cultural y los aprehendió desde la seguridad de quien sabe andar con paso firme por los diversos rostros de sus intereses.

Tuvo la posibilidad de aunar perfiles tan diversos porque los suyos siempre respondieron a la necesidad de apresar nuestro universo artístico-literario  desde una vocación humanista nacida de su amor por Cuba y porque es hijo de una tradición remontada a nombres como los de los cubanos Antonio Bachiller y Morales (1812-1889) y Aurelio Mitjans(1863-1889) y, más cercano en el tiempo, el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), quienes abrieron caminos y dejaron huellas que luego han seguido generaciones posteriores. Intuitivo para pesquisar y asociar, buscar y encontrar líneas comunes en el entorno de sus preocupaciones, ese ir al detalle, al parecer intrascendente, tan propio del investigador, para finalmente hallar lo macro, le concedió a sus propuestas una legitimidad nacida de aseveraciones incontestables. Por otra parte el sentido identitario de su discurso, donde el ejercicio de pensar abre puertas axiomáticas, legitima sus propuestas, siempre desde la afirmación.

Ensayista instalado, en ocasiones, en la periferia de algunos temas para él atractivos, se aplica hasta hacerlos trascender, mientras, en ocasiones, se sumerge en otros de mayor complejidad para calar con suficiencia.

Sus tributos casi permanentes a géneros no ficcionales, más dados a una prosa de continentes poco flexibles o rebuscados, no han afectado la suya, marcada por su carácter  funcional y comunicativo, favorecida por un agradable ritmo de lectura donde observo un sentido narrativo emparentado con aquel cuentista que fue en sus inicios. Ejemplo es El libro en Cuba. Siglos XVIII y XIX, resultado de estricta investigación, nacida de su trabajo en fuentes documentales originales, pero concebida desde un perfil  indagatorio que, tal si fuera una buena novela histórica, se plasma rigurosa, pero recrea artísticamente el tema abordado, de modo que la expresión nace sin artificio ni hermetismo, cualidades acompañantes de sus libros. Su mirada al universo literario, sin calco y sin imitación, dejó un saldo  favorable por su modo creativo y personal de enfrentarlo, en tanto que a la singularidad de sus ideas, a veces inesperadas, se aunó la nota emotiva, nunca ausente de su discurso.

Construir desde la palabra responsable, explicar sus ideas de manera coloquial, pero nunca elusivas, hacerse visible desde sus actos —sus libros— carentes de improvisación, sino fundamentados y alejado de modas pasajeras, sus nociones son una respuesta a lo que Medardo Vitier propuso, en su momento, en torno a que la literatura «es solidaria, es decir no vive desvinculada», criterio que ensambla con los sostenidos por Fornet como principio de su obra. Algunos fundamentos suyos de alcance metacrítico, dispersos a lo largo de algunos de sus textos, como puede ser su concepción histórica del juicio crítico-literario, adquieren un valor ético y se desmarcan de la rigidez filológica, gustoso de la idea de que el examinador debe ser explicativo y argumentativo y gozar de sello propio. En este sentido es dueño de lo que llamo una     «poética crítica».

Esta «cruzada de laboriosidad», para decirlo con palabras de Jorge Mañach, emprendida  por Ambrosio Fornet, legitimó se labor y sostuvo un proyecto ilustrado bien arraigado en la cultura cubana, pero conseguido sin pretenderlo, sin buscarlo, convencido de su desempeño natural, manteniéndose siempre generoso y entusiástico, pero sin excesos. Alejada del impresionismo, su crítica literaria adquirió el tono de discusión pausada, deslindada de la ejercida por otros colegas suyos en la década del 60, abroquelados en una especie de divismo que llegó a extremos de intolerancia. Sin pertenecer a ninguna «capilla», desempeñándose desde la sagacidad y la comprensión y lejos de esquematismos, su recorrido crítico por la literatura cubana confirma cuánto se alejó de la superficialidad y de cierto entusiasmo a la postre efímero. Por su vigencia aludo a lo dicho por Francisco Ichaso (1901-1962), hace más de noventa años, en su artículo «Crítica y contracrítica»,1  cuando se opuso a lo que denominó  la práctica de la «crítica adjetiva», caracterizada por leer de corrido y marcando algún párrafo que sería citado oportunamente, o juzgar la filiación de la obra en términos preceptivos, o aplicar clichés «estándar»: «descripción vigorosa», «crudo realismo», un listado de gazapos de diverso carácter y un breve remate final, posturas de las que me sirvo ahora para contrastarlas, por oposición, con las de Fornet, más apegado al proyecto defendido, entre otros, por José Ortega y Gasset (1883-1955) para quien «criticar es potenciar la obra juzgada», actitud afiliada a los presupuestos teóricos formulados por José Martí, bien asimilados por Fornet. En su crítica trató de ser divulgativo en el sentido de mostrar sus juicios sin erudición y sin rigidez, partiendo de una intención y de una esencia gananciosas en elementos reflexivos, sin dudas una fuerza importante para una mejor comprensión de los textos sometidos a examen.

Entre la cubanía y la cubanidad, al modo en que las definió Fernando Ortiz, transitó el discurso profundo de Ambrosio Fornet, pero nunca expuesto desde la letra explícita. La primera, que es para aquel sabio, «conciencia, voluntad y raíz de patria», en tanto que la segunda la percibió «como un complejo de condición o calidad, como una específica cualidad de cubano», […] « peculiar calidad de una cultura, la de Cuba […], condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes», pergeñaron, al unísono, las visiones personales de Fornet acerca de los temas por él privilegiados, perfilados desde su condición de intelectual público y desde la voluntad de difundir la cultura, con énfasis en la literatura, en nuestro ámbito y fuera de él. Sus razones para entender lo literario cubano forman parte de sus claves de interpretación, vistas como un proceso indagatorio caracterizado por la dialéctica de sus apreciaciones, dotadas de atributos donde prima una mirada alejada de los clichés, genuinas invitaciones conducentes, generalmente, a cuestiones de estética cubana, enraizadas en nuestras problemáticas y en consonancia con su visión holística, superiores al dato preciso para dar cuenta de elucidaciones de mayor eco.

La cultura cubana ha perdido uno de sus mejores hijos, pero nos legó sus mejores huellas en una obra total indagatoria, valorativa y capaz de establecer nuevos rumbos.    Narró la nación desde sus perspectivas y trazó rutas críticas que enriquecen, para siempre, nuestro horizonte.

                                                                         Cira Romero

                                                       Academia Cubana de la Lengua