Palabras ante la Academia Cubana de la Lengua-Darío Villanueva, director de la RAE y Presidente de ASALE

Participar como presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española en este acto conmemorativo del nonagésimo aniversario de la Academia Cubana de la   Lengua me llena de orgullo y de gran satisfacción. Volver a Cuba es siempre una regalía para mí, incluso por motivos de nostalgia familiar a los que me referiré en el transcurso de esta misma sesión.

Estamos en año también de conmemoración cervantina: el cuatricentenario de la muerte del autor de El Quijote. Cierto que a lo largo de mi vida me he visto alguna que otra vez, al igual que Sancho Panza, mandado a administrar ínsulas, y siempre tuve presente el consejo que don Quijote le proporcionó en semejante tesitura: “has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”. Estas últimas palabras las tengo aquí y ahora muy presentes cuando me dirijo a ustedes como presidente de ASALE.

Hace trescientos tres años, el 6 de julio de 1713 se reunieron en su casa madrileña con don Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, siete hombres decididos a constituir una Academia «que se compusiese de sujetos condecorados y capaces de especular y discernir los errores con que se halla viciado el idioma español con la introducción de muchas voces bárbaras e impropias para el uso de gente discreta».

            Un mes más tarde, concretamente el 3 de agosto, se levanta la primera acta de la que bien podemos considerar sesión constitutiva de la Real Academia Española que una Cédula firmada por el monarca Felipe V el 3 de octubre de 1714 institucionalizará como tal. El propósito que alentaba la iniciativa no era otro que, ante el deterioro del idioma que se denuncia, «advertir al vulgo (que por su menor comprensión se ha dejado llevar de tales novedades) cuan perjudicial es esto al crédito y lustre de la Nación». Y para lograr tal objetivo, los ocho fundadores conciben como instrumento inexcusable «un amplio diccionario de la lengua castellana, en que se dé a conocer lo más puro de ella».

            La RAE nace de una iniciativa tomada por un grupo de individuos pertenecientes a lo que hoy denominamos la “sociedad civil” que no tarda, sin embargo, de obtener el máximo refrendo real. En este sentido, representa un punto de intersección entre aquellos dos vectores que Ferdinand de Saussure encontraba en la realización de la facultad humana del lenguaje: el habla y la lengua.

            Los ocho académicos fundadores, más los catorce que enseguida les secundaron, estaban lógicamente dotados cada uno de ellos de su habla personal, fruto de su sensibilidad, temperamento, cultura, edad, experiencias e, incluso, de las circunstancias derivadas del lugar de su nacimiento, su compromiso con el idioma les lleva a emprender una ardua tarea para contribuir a la codificación del sistema constituido por la lengua española. No será sino el primer paso de un vasto programa de actuaciones en la misma dirección que se ha mantenido vigente, sin solución de continuidad, hasta hoy mismo.

            No resulta imprescindible para el bienestar de una lengua la existencia de una Academia. El inglés carece de ella, y ello no le impide ocupar el lugar de lingua franca que le aportó la victoria de la segunda guerra mundial. Otras instituciones semejantes, como la Académie française no ha consagrado a los códigos de su idioma una atención y un esfuerzo parejo al de la Real Academia Española, la Academia Cubana de la Lengua y sus hermanas constitutivas de ASALE. La conmemoración de nuestras respectivas efemérides fundacionales representa una ocasión oportuna para subrayar lo que aquellas iniciativas representaron como institucionalización del interés de un grupo de hablantes por el fenómeno fascinante del lenguaje y por contribuir al mejor mantenimiento y desarrollo de su lengua. Ese interés se plasmó en nuestros lemas, como Limpia, fija y da esplendor por una parte, o Letra y espíritu por otra, y se confirma periódicamente como lo ha hecho recientemente el 22 de abril la Academia Cubana con su declaración leída por su director en el parque San Juan de Dios de La Habana ante la estatura de Miguel de Cervantes, con motivo del cuarto centenario de su muerte y el nonagésimo aniversario de la fundación de la propia Academia.

            En la historia de la Lengua Española es obligado considerar tres momentos trascendentales. El primero es, obviamente, el fundacional, la constitución del romance castellano y su expansión por la Península ocupada por los árabes. El segundo comienza en 1492, el año de la Gramática de Nebrija, con la llegada de Colón a América. Y el tercero es el que hace del español la lengua ecuménica que hoy es, la segunda por el número de hablantes nativos en todo el mundo: me refiero al proceso de la independencia y constitución de las Repúblicas americanas a partir de finales del segundo decenio del Siglo XIX.

            Momento crítico en el que algunos augures vaticinaban un desarrollo semejante a lo que con la caída del Imperio Romano representó la fragmentación lingüística de la Romania. Y no fue así porque las nuevas Repúblicas soberanas, al tiempo que consolidaban el estado, la nacionalidad, fijaban sus respectivos territorios y fronteras, organizaban la administración y abordaban el reto de la enseñanza de su ciudadanía creyeron útil el castellano o español como instrumento de cohesión, de integración nacional. De unidad. El español es la lengua ecuménica que hoy es no por la Colonia, sino por la Independencia.

            Y así, los hispanohablantes, cada uno de los hispanohablantes, se siente hoy con toda legitimidad dueño de la lengua. Reside en ella como quien ocupa un lugar en el mundo. Sabe también que las palabras que la componen no solo sirven para decir, sino también para hacer; para crear, incluso, realidades. Y de esta condición vienen las tensiones que de hecho se producen en la valoración popular de los acuerdos que las Academias toman en cuanto al Diccionario, la Gramática o la Ortografía. Hay quien reclama mayor energía normativa; para otros, las Academias se extralimitan con sus decisiones como si olvidaran que –según la frase así acuñada– la lengua no es propiedad de nadie, sino que pertenece al pueblo. Este lema, sin embargo, está siempre presente en el trabajo que los 46 académicos de la RAE, los 27 de la Academia Cubana de la Lengua y nuestros colegas de ASALE realizamos en nuestras comisiones, plenos y congresos.

            Tengo para mí que la Academia Cubana, desde Enrique José Varona, José María Chacón y Calvo, y Fernando Ortiz hasta el actual director, Rogelio Rodríguez Coronel, y sus compañeros académicos, nunca ha negado su concurso a tan plausibles objetivos en beneficio de nuestra lengua común, cumpliendo escrupulosamente con los fines que, fundamentalmente, se ha atribuido a sí misma: porfiar por la unidad de la lengua española sin dejar de reconocer su diversidad; velar por la descripción, conocimiento y mejor uso de la variante nacional; participar en las actividades e investigaciones que organicen la RAE, la ASALE y las academias Hispanoamericanas; y mantener relaciones y cooperar con instituciones similares nacionales o extranjeras.

            En especial, yo destacaría su papel especialmente activo en la consolidación de la perspectiva panhispánica y en su aportación a las obras que en los últimos decenios han sido sus frutos.

En 1999 se publicó la primera Ortografía panhispánica, asimismo revisada conjuntamente. Se incrementa así la cohesión de la lengua y el reconocimiento de la riqueza lingüística presente en todos los países hispanohablantes, y de acuerdo con los conceptos más actuales de la ciencia lingüística, se prima el criterio de uso por sobre el antiguo criterio de autoridad. Son ya numerosas y enjundiosas las publicaciones panhispánicas, que llevan el sello de la ASALE: así la 23ª edición del Diccionario de la lengua española (DLE) presentada hace dos años,  el Diccionario de americanismos (DA),  el Diccionario panhispánico de dudas (DPD), el Diccionario del estudiante, el Diccionario práctico del estudiante, la Nueva gramática de la lengua española (NGLE), la Nueva gramática básica de la lengua española, la Ortografía de la lengua española (OLE), la Ortografía básica de la lengua española, la Ortografía escolar de la lengua española y El buen uso del español. Las comisiones de gramática y de lexicografía de la Academia cubana de la lengua han hecho aportaciones muy valiosas a todas ellas.

            Pero no nos dejemos llevar por el impulso rememorativo que toda conmemoración implica, sino tengamos la “nostalgia del futuro” de que habló el poeta portugués. La Nueva Gramática de la Lengua Española, de la que fue ponente Ignacio Bosque, con su Fonética y Fonología dirigidas por José Manuel Blecua nos exigen, por la propia monumentalidad de lo ya logrado, perfeccionarlo, sobre todo en la dirección panhispánica que las caracteriza, en una segunda edición. Y la reflexión que nos estamos planteando, y que llevamos al congreso de México del pasado otoño, en este periodo sabático que merecidamente nos concede la publicación de la edición del tricentenario del Diccionario de la Lengua Española, antes de comenzar la elaboración de la vigesimocuarta, nos hace ver igualmente la ocasión de oro que igualmente se nos presenta.

Hasta ahora, y desde su primera edición de 1780, el Diccionario de la lengua española ha sido un libro que en 2002 se digitalizó y se ofreció gratuitamente en nuestras páginas web. En lo que va de 2016 se está incrementando la media mensual de consultas que tuvo en 2014: cuarenta millones al mes, casi 500 millones al año. Así, en mayo de 2016 alcanzamos los 73.300.000. Nunca, en su historia plurisecular, esta obra ha podido ejercer tanta influencia sobre los hispanohablantes como ahora lo hace. Pero la próxima edición que haremos entre todos ya no será un libro digitalizado, sino un diccionario concebido sobre una planta y un formato digital del que pensamos seguir haciendo libros. Pero el orden de los factores va a cambiar radicalmente, y las oportunidades que se nos ofrecen son extraordinarias. Un diccionario digital no tiene, como el impreso, limitaciones de espacio, está abierto a otras bases de datos gracias a la hipertextualidad, y puede renovarse con toda la inmediatez que la fluencia de la lengua nos exija.

Finalmente, mencionaré otra iniciativa de ASALE que hemos de abordar cuanto antes, un ambicioso Diccionario de fraseología hispánica. Su incorporación a nuestra agenda reclama una vez más la aportación de la Academia Cubana de la Lengua a la que terminaré expresando, de todo corazón, mis felicitaciones por su cumpleaños y mi gratitud por su generosa contribución desde 1926 a esa tarea que nos une y nos hermana en el estudio, el esplendor y la unidad de la lengua española.