La Academia Cubana de la Lengua llega a las nueve décadas

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Por: Roberto Méendez

El segundo lunes de cada mes es habitual ver ingresar a mitad de la mañana a un grupo de reconocidos intelectuales cubanos en el Colegio Universitario San Gerónimo. Asisten a la reunión ordinaria de la Academia Cubana de la Lengua que, en este año, cumple nueve décadas de existencia. Se trata de una de las instituciones culturales de más larga y sostenida trayectoria en el país que ha sobrevivido a muchas crisis pero sin interrumpir jamás sus labores.

La institución nació en 1926 gracias a las gestiones de varios notables escritores cubanos. En primera instancia el jurista e investigador Fernando Ortiz y el filólogo y animador cultural José María Chacón y Calvo se propusieron darle vida y contaron con el apoyo del poeta Manuel Serafín Pichardo, por entonces embajador en España. No sin dificultades, lograron conformar un listado de personalidades que sometieron a la dirección de la Real Academia Española y esta dio su visto bueno para que en la Mayor de las Antillas comenzara a funcionar una agrupación correspondiente. Aunque la fecha oficial de fundación fue el 19 de mayo de 1926, cuando obtuvo la aprobación en Madrid, su primera reunión en La Habana tuvo lugar el 2 de octubre siguiente.

Como primer director fue elegido el ya anciano escritor y pedagogo Enrique José Varona, el más prestigioso de los 18 académicos fundadores, provenientes del mundo de la literatura, la investigación, la diplomacia y el periodismo, baste con recordar entre ellos a Rafael Montoro, Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, Manuel Márquez Sterling, Carlos Loveira y, al aún joven miembro del Grupo Minorista, Jorge Mañach.

Desde su nacimiento la Academia contaba con más fervor intelectual que recursos para su sostenimiento. Durante buena parte de su existencia no tuvo sede fija: en sus primeros tiempos fue acogida en el viejo edificio de la Academia de Ciencias, luego Chacón le abrió las puertas del Ateneo en el Vedado y antes de regresar a este tuvo un paso efímero por el Palacio del Segundo Cabo hacia 1959; allí se intentó ofrecerle estabilidad junto a sus homólogas, la Academia Nacional de Artes y Letras, y la Academia Cubana de Historia.

A partir de 1969, tras la muerte de Chacón y la desaparición del Ateneo, debió sesionar en la casa de su nuevo director Antonio Iraizoz y de Villar, fallecido este a su vez en 1976, fue acogida por largo tiempo en el hogar de la poetisa Dulce María Loynaz, donde permaneció por un tiempo tras el deceso de la escritora, hasta que uno de sus miembros, el Historiador de la Ciudad Eusebio Leal le ofreció instalaciones más adecuadas en el Colegio San Gerónimo.

Hubo períodos en que la Academia apenas se reunía para responder a las consultas de lexicografía procedentes de Madrid o para una velada solemne destinada a recibir a un nuevo miembro o pronunciar el elogio de algún académico fallecido. Sin embargo, hubo etapas de más intensa labor, por ejemplo, el período en que fuera director José María Chacón, quien animó y hasta financió de su peculio el Boletín de la Academia Cubana de la Lengua. De igual modo, Chacón vinculó a la agrupación insular con la recién nacida Asociación de Academias de la Lengua Españolay participó —junto a algunos de quienes integraron su membresía— en los Congresos celebrados en Hispanoamérica.

En la década del 70 de pasado siglo comenzó un lento proceso de actualización y enriquecimiento de la institución. Durante las sucesivas direcciones del doctor Ernesto Dihigo—quien continuó algunas de las investigaciones de su padre: el eminente lingüista Juan Miguel Dihigo—, las de Dulce María Loynaz y Salvador Bueno, sus filas se renovaron con intelectuales más jóvenes y se produjo un acercamiento a instituciones oficiales como el Instituto de Literatura y Lingüística, la Universidad de La Habana y el Ministerio de Cultura, con lo cual ganó una mayor visibilidad gracias a las conferencias, presentaciones de libros y otras actividades abiertas al público.

Es preciso señalar que la Academia nació como una institución cultural no oficial y que solo en 1951 —durante el gobierno de Carlos PríoSocarrás— por gestión del Ministerio de Educación, y  a instancias de Chacón, se reconoció jurídicamente su existencia y se le dio la misión de “proporcionar asesoramiento sobre la enseñanza del español en las escuelas y a ser consultada para la redacción e interpretación gramatical de leyes, decretos y todo lo que implique el correcto uso del idioma en el ámbito oficial”, aunque no hubo la más mínima contribución para su sostenimiento. En años recientes recibió el apoyo del Ministerio de Cultura y luego de la Oficina del Historiador de la Ciudad, aunque su condición sigue siendo autónoma y mantiene su nexo de correspondiente con la Real Academia.

Como sucede con la mayor parte de las instituciones humanas, en sus filas ha habido importantes presencias y también exclusiones. Entre las primeras baste con recordar que fueron académicos figuras tan notables como el narrador Enrique Labrador Ruiz, el poeta Agustín Acosta, el ensayista y profesor Raimundo Lazo y el gramático y pedagogo José Adolfo Tortoló; entre las segundas, debidas unas veces a decisiones personales y en otras a rechazos o francos olvidos quedaron al margen de ella: Nicolás Guillén, Mirta Aguirre, Alejo Carpentier, Emilio Ballagas y José Lezama Lima, por solo citar a algunos de los más notables.

En la actualidad, la institución cuenta con tantos sillones como letras tiene el alfabeto —con excepción de la Ch y la Ll— y ellos son ocupados por los miembros de número, quienes, como establecen sus Estatutos, deben residir en La Habana para poder reunirse de forma sistemática. Existe además un nutrido número de miembros correspondientes que viven en otras zonas del país o son miembros de academias hermanas pertenecientes a la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).

En su seno hay algunos prestigiosos lingüistas sobre cuyos hombros recaen tareas como la colaboración en diccionarios y otros proyectos patrocinados por ASALE, la respuesta a consultas de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y la participación en comisiones o grupos de trabajo en el país o en la región asociados con la enseñanza y el manejo de la lengua española. Mas no hay que olvidar que otros miembros son escritores, elegidos por el apreciable manejo del idioma en sus obras, entre cuyas labores está la organización de ciclos de conferencias sobre figuras, publicaciones y títulos relevantes de la literatura cubana, que muchas veces se convierten en auténticos cursos de postgrado en el que matricula un público de edad y procedencia heterogéneas.

Aunque durante unos años se logró devolver a la vida el Boletín —impreso con el apoyo de la Editorial Boloña—, y poseer un sello editorial propio que ha dado a la luz varios volúmenes, la institución se ha propuesto tener un más amplio alcance en la sociedad contemporánea; para ello mantiene el programa “Al habla con la Academia” en la emisora Habana Radio, además de tener en construcción una página web para divulgar conferencias y artículos de sus miembros, así como evacuar consultas formuladas por el público.

Poco a poco la Academia Cubana ha ido perdiendo su carácter casi secreto. Si por su número limitado de miembros altamente calificados sigue teniendo cierto sabor de élite, el alcance de su labor se hace más palpable, como demuestra su participación en comisiones con el Ministerio de Educación, algunos asesoramientos al Instituto Cubano de Radio y Televisión, y consultas recibidas de diferentes instancias oficiales.

Desafíos nuevos o ya añejos asedian a la nonagenaria entidad, entre ellos los descuidos y vicios que contaminan el idioma, no solo el que se habla y escribe en la calle, sino el que manejan locutores, artistas, periodistas, que se convierten en paradigmas para el hombre común, así como las deficiencias de la enseñanza del Español en los diferentes niveles escolares y la introducción indiscriminada de extranjerismos en la lengua —especialmente anglicismos— no siempre justificados por razones científicas o culturales.

Puedo dar fe de que estos problemas y otros más que no pueden solucionarse durante las muchas veces agitadas reuniones ordinarias de la Academia Cubana, ni siempre se solventan en entrevistas, conferencias, cursos; pero el hecho de plantearlos y buscarles remedio es ya una operación de alto valor intelectual que alguna vez llegará a tener mayor reconocimiento.

Allí, en el tercer piso del Colegio San Gerónimo, un grupo de intelectuales sigue poniendo pasión, y a veces hasta furia, para que la lengua de Cervantes, Quevedo, Martí y Lezama, ni se anquilose ni se convierta en jerga, sino que forme parte con dignidad del mejor legado para las generaciones venideras. (2016)