Fernández Retamar, con su perdón, lingüista

Fernández Retamar, con su perdón, lingüista

Retamares, por encima de otras muchas cosas y para acudir a ellas, un “ciudadano de la lengua”[1], una permanencia “en una sola voz que diciendo cosas diferentes reconocemos como una”[2], porque esa voz resulta de la necesidad de presentar una mirada americana sobre la cultura, y hacerlo desde su lengua, su literatura y su historia.

Casi todos los lingüistas que conozco han llegado a esta especialidad de regreso de sus visitas literarias. En el caso de Fernández Retamar, sin embargo, su atención específica al quehacer lingüístico fue un recodo en el camino, motivado en lo inmediato, según le he oído contar, por su aspiración a una plaza universitaria, pero que lo dejó bien pertrechado para el desarrollo de su obra mayor. De otra parte, al menos entre 1953 y 2006, en 53 años del discurrir y madurar de la vida y el pensamiento de este hombre entre sus veintitrés y sus setenta y seis años, pueden encontrarse reflexiones asentadas sobre problemas lingüísticos que a todos nos atañen: las causas de los cambios lingüísticos, la legitimidad de la lengua de América y su aporte al español general, la unidad lingüística posible, tan relacionada con la otra unidad más trascendente; el papel de la lengua en la construcción de futuro. De modo que de esta “vieja llama”, quedan mucho más que cenizas.

Acaso en los extremos de ese ciclo creativo estarían “Sobre la escuela lingüística española” y En la España de la eñe[3]. En el primero de esos textos Retamar quiere fundamentar el surgimiento de una escuela lingüística española cuya cabeza fue Ramón Menéndez Pidal y que intenta la conciliación entre filología y lingüística, con lo que se sitúa entre las posturas de las escuelas estructuralistas de base saussureana y la alemana “esteticista” vossleriana. Igualmente, al adentrarse en la estilística[4], materia en que también confluyen lingüística y filología, valora la obra literaria como campo de investigación de la ciencia del lenguaje, cuestión controvertida hasta hoy.

Un elemento lingüístico, la demanda de la Comunidad Europea de eliminar la <ñ> porque significa un “obstáculo para la libre circulación de mercancías”, da paso a la reflexión sobre puntos de contacto España – Cuba en el libro En la España de la eñe, donde Retamar define la “hispanidad cubana” a partir de la creencia de que con nuestra revolución también vindicamos el honor de una estirpe; de que amamos lo mejor de la gran herencia española, y de que estamos orgullosos de la participación cubana, del lado de los republicanos, en el acontecimiento mundial que fue la guerra civil. Y aunque Retamar reconoce las objeciones de G. Tibon en cuanto a la legitimidad de la defensa del grafema[5] ñ, de todos modos aporta la postura que la presenta como “elemento fundamental de nuestro idioma”, “signo e identificación” “que expresa la soberanía de los pueblos de habla castellana”.

Allí se recogen otros textos imprescindibles, como “El español, lengua de modernidades” (1995) que constituyó precisamente, en una de sus versiones, el discurso de ingreso de Retamar a nuestra Academia Cubana de la Lengua. Concebido para ser escuchado, tiene desde el inicio el aliento de la crónica de la nación americana, en que el paisaje nuevo y el contacto entre lenguas tendrán un papel clave en el proceso de modernización del mundo. En América, en 1492, se inicia la mundialización: tal es la idea de Retamar, y la fundamenta con el hecho de que en español se sembró la semilla del capitalismo; en español, la lengua legitimada por su literatura, que seguiría sirviendo a este propósito al menos por dos siglos, hasta que cede ante la supremacía política de Francia primero y de Inglaterra después.

Por ese papel relevante de América, las variedades lingüísticas creadas en su desarrollo propio no pueden ser consideradas, a juicio de Retamar, como subordinadas o cojas por ciertos usos consonánticos y otras diferencias en relación con los modelos europeos. De otro lado, como un buen guía, nos lleva por el camino, a veces cruento, de la historia del español de las dos orillas: viéndolo crecer con el imperio de los Reyes Católicos a Carlos I según las enseñanzas de Nebrija; luchar por su unidad con Bello y Cuervo; transculturarse en América según concepto de Ortiz empleado por Lapesa; acrecerse de nuestro lado por la obra literaria de N. Guillén, Arguedas o Roa Bastos.

En ese recuento, además de hacer mención de teorías como la de Wilhelm von Humboldt de la lengua como enérgeia, da su justo lugar a obras como la Gramática de Andrés Bello en lo que tiene de precursora y presenta, en vuelo de Garcilaso a Martí, de Berceo a Darío, el modernismo literario como movimiento americano que demostró “que el español era capaz de la gran poesía” (p. 132) al tomar y recrear las influencias todas, aun las de otras lenguas y literaturas no castizas; y sirvió de inspiración y modelo a la generación del 27.

Si Modernismo y 98 pueden considerarse dos partes de un único movimiento profundizado a partir de la fecha de la intervención militar de los Estados Unidos en Cuba, Retamar considera que la modernidad que inauguran se ve frustrada en España por la Guerra civil, que no permite consolidarse el acercamiento que se había producido entre americanos y españoles y ni siquiera que la literatura en España haya vuelto a alcanzar la altura que había llegado a tener. En cambio, Retamar cree que en América, como muestra el curso de su literatura y según había previsto Pedro Henríquez Ureña, ha ganado un lugar propio y auténtico en el mundo de habla española, como centro de irradiación normativa.

El español, que fue lengua imperial, es presentado por Retamar también como lengua de resistencia y de liberación –valgan los casos de Cuba y Puerto Rico–. A partir de este carácter, y de hechos históricos trascendentales como la Revolución Cubana, se incrementa el reconocimiento internacional de la literatura hispanoamericana y con él el número de Nóbel otorgados a nuestros escritores, lo que ha hecho cambiar, entre otras cosas, “el paradigma del español”.

Ello no excluye, sin embargo, el desplazamiento de la importancia del español en la “modernidad occidental”, desde fecha tan lejana como el siglo XVIII y la vergüenza con que algunos emplean los términos y conceptos del español, o cómo los eluden en beneficio de anglicismos de moda. La otra modernidad, la modernidad fraternal que diseñó Martí en su tiempo, y de la cual depende el futuro, se construye en muchas lenguas, entre ellas el español, nos dice Retamar.

Se advierte entonces un enlace coherente entre las reflexiones lingüísticas de Fernández Retamar en los cincuenta, y la proyección y el sentido más abarcador, cultural y social, que adquieren esas reflexiones en los noventa y más acá. Retamar está aquí, entonces, contribuyendo con su pensamiento a nuestra propia reflexión acerca de la utilidad y necesidad de una política lingüística en Cuba, y voy a terminar con sus palabras, para que las paladeemos, y las pensemos en nuestro taller de enero, relativas a la estabilidad y el equilibrio de fuerzas que actúan sobre la lengua, y a la importancia del modelo, los límites de su funcionalidad y las fuerzas que contribuyen a cambiarlo:

Hay dos fuerzas aparentemente opuestas, una que tiende a la preservación del idioma tal como existe y la otra que toma en cuenta que el idioma es un hecho vivo que está cambiando constantemente. Es decir, no se puede asumir una posición oscurantista y rechazar las novedades de la lengua, porque la lengua está hecha de novedades permanentes. Claro que pasado cierto tiempo, ya esas novedades dejan de ser novedades y se convierten en formas naturales de la existencia de la lengua. En el caso de los jóvenes se ve con mucha claridad esta dualidad.

Por una parte para conservar la unidad de la lengua, para que se nos pueda entender lo mismo en Filipinas que en España, que en el resto del continente de nuestra América, hay que atender a las exigencias de la lengua tal y como existe, pero también hay que atender al hecho [de] que la lengua está creciendo constantemente y son los jóvenes los que la hacen crecer.

Por lo tanto hay un difícil equilibrio entre esa atención a la norma y esa atención a lo que está creciendo a lo que está surgiendo siempre.Lo que está surgiendo no necesariamente es bueno, puede ser malo, habría que atajarlo, pero tampoco es necesariamente malo, muchas veces es bueno. De hecho cada generación trae una serie de modificaciones a la lengua a las que hay que atender cuidadosamente.

En Retamar, caso literario y humano, la creación y la investigación lingüística se dan como una confluencia de la cual podemos aprender.

 

 

 

 

[1] La frase se ha referido a Darío.

[2] Fernández Retamar emplea la frase para caracterizar la unidad esencial de un libro de Juan Ramón Jiménez en que se reúnen poemas de diferentes etapas de la vida de este autor.

[3] En la España de la eñe (Lengua, poesía, historia) 1953 – 1996, 2007, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 247 pp.

[4] Idea de la estilística, 1958, presenta el nacimiento y los primeros desarrollos de una disciplina que iluminó los modelos de análisis de la obra literaria en el siglo XX.

[5] Menciona las objeciones de Gutierre Tibon (en su Diccionario etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y filipinos, México, Diana, 1988) a la inclusión de los dígrafos CH, LL, y RR , y de la Ñ, representativa de nn, e indica la conveniencia de la lectura directa de este autor.