Gratitud a la Academia Cubana de la Lengua

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Palabras ante la Academia Cubana de la Lengua
Por Francisco Javier Pérez, Secretario General de la ASALE

Quisiera comenzar diciendo que me siento muy contento de estar hoy participando en la celebración del 90 aniversario de la honorable Academia Cubana de la Lengua, por todo lo que este festejo tiene de relevante para la propia corporación habanera y, también, por todo lo que tiene de significativo para la Asociación de Academias de la Lengua Española y, en consecuencia, para el panhispanismo lingüístico y literario que hoy rige nuestros destinos. Parafraseando las palabras escritas por José Martí al frente de la Revista Venezolana, que edita en 1881, durante su benéfica estadía en Caracas, cuando lo tuvimos entre nosotros para vindicarnos en favor de una América libertaria y para recordarnos que los venezolanos nos echamos a levantar pueblos por el norte en contra de la tiranía (como harían los argentinos por el sur);

cuando lo tuvimos entre nosotros para decirnos que en Caracas, “la Jerusalén de los sudamericanos”, fue la “cuna del continente libre” donde había nacido Andrés Bello, nuestro Virgilio, y Simón Bolívar, nuestro Júpiter, locus en donde conocería al más grande de sus amigos venezolanos, ese Cecilio Acosta, el más hermoso de los espíritus; en suma, cuando lo tuvimos entre nosotros para decirnos, como un oráculo, que en Caracas, en donde vive y enseña (lo haría en el célebre Colegio Santa María, que regentaba el licenciado Agustín Aveledo, cuya casa todavía sigue en pie como un faro humanizador en el casco antiguo de la ciudad), “se ha pensado todo lo que es grande y se ha sufrido todo lo que es terrible”. Parafraseando a Martí, quien apuntó: “quien dice Venezuela, dice América”, decimos: quien Cuba, dice América; quien dice la Academia Cubana, dice todas las academias, quien dice español de Cuba, dice español americano todo.

Pero tengo todavía más razones para estar feliz el día de hoy. Una de ellas, es que regreso a la entrañable ciudad de La Habana por tercera vez para reencontrarme con los muchos y buenos amigos de esta Academia (Nancy, Nuria, Elina, Marleen, Ana María, Luisa, Graziella, Ana Margarita, Maritza, Mirta, Miguel, Eusebio, Sergio, Enrique, Roberto, César, Pablo, Ambrosio, Rogelio, Reynaldo, Eduardo, Antón, Roberto José y Jorge) y para recibir, en gesto que me honra profundamente, el diploma con el que se me designa Miembro correspondiente de esta casa, tan cargada de dignidades en la lengua y en la literatura. Comparto hoy este honor con D. Darío Villanueva, director de la Real Academia Española y presidente de ASALE, amigo de América. Entre los colegas de esta corporación, a la que me unió una amistad indestructible, quisiera hoy tener un recuerdo especial para mi muy admirada Gisela Cárdenas, cuyo fallecimiento aun lloramos. Asimismo, el festejo de hoy se traslada y engrandece hasta la Patria anfictiónica de América, la gran Panamá, al recibirse como correspondiente de la corporación cubana el muy querido maestro, Tristán Solarte, el único y noble Borbón americano, que ha llegado a estas costas junto a la afectuosa Margarita Vázquez Quirós, directora de la Academia Panameña de la Lengua, cuya amistad sísmica nos estrecha para siempre.

Como saben, la Asociación de Academias está empeñada en propiciar los mejores ánimos en relación con el estudio y descripción de la lengua española de hoy. El principio sobre el que descansan los proyectos está orientado a una concepción panhispánica de la lengua, es decir, a una política que se empeña en proponer, en consonancia con la realidad actual de nuestra lengua, que no existe un centro desde donde se irradien sus fuerzas, sino que, al contrario, son muchos los lugares neurálgicos de la lengua, tantos como modos significativos existen y tantos como maneras de representación reconocemos. Este policentrismo en el que descansan hoy nuestros proyectos permitirá, al cabo de los años, comprender que las hegemonías lingüísticas han acabado (si es que en la realidad alguna vez existieron) y que, contrariamente, lucirá como determinante el principio armónico de unidad y diversidad; una lengua que es fuerte gracias a la posibilidad de entendimiento multidialectal y de reconocimiento de las mucha diferencias que se integran sin sobresaltos en sus prácticas comunicativas habituales. Si pensamos en el Área del Caribe, nadie pudiera pretender que prive más el habla de Cuba, de Puerto Rico, de Santo Domingo, de Venezuela y de la Colombia atlántica, por sobre las otras regiones que integran esa comunidad de afectos culturales y lingüísticos comunes que se ha dado en llamar el “Gran Caribe” y que incluye a las costas caribeñas de México y Centro América, a los Estados Unidos del Golfo de México y a la península de la Florida (le escuché decir hace años, en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, institución de la fui director de investigaciones, a Antonio Benítez Rojo, que el Caribe llegaba hasta el puerto de Patras en Grecia, pasando por las Canarias y por muchas otras regiones costaneras del Mediterráneo, en consonancia con el principio de la dialectología que señala que los mares y los océanos unen y que los ríos y las montañas dividen).

La Academia Cubana de la Lengua ha sido durante estos 90 años de vida una corporación muy activa en cuanto al fortalecimiento de la lengua y muy clave en relación con la penetración de lenguas foráneas y sus tratos con el español. Siempre he pensado que las academias fundadas el año 1926, la Panameña y la Cubana, tuvieron entre sus primeras diligencias el propiciar modos para hacer más armoniosa la presencia del inglés en nuestra lengua. En cierta medida, se hacían eco de las alertas que nos venían de pensadores como el uruguayo José Enrique Rodó, el autor de Ariel, y el venezolano César Zumeta, el autor de El continente enfermo, así como del Rubén Darío de la “Oda a Roosevelt”, en relación a los procesos de imperialismo lingüístico que se estaban haciendo fuertes desde el final del siglo XIX y que cobrarían potencia durante las primeras décadas de la siguiente centuria. Había que proteger a la lengua, no ya de los préstamos lingüísticos habituales de una lengua sobre otra, sino de la instalación de estructuras sintácticas ajenas y de cambios morfológicos sin sentido.

Por otra parte, la lexicografía cubana, pionera como sabemos de los primeros intentos diferenciales modernos reflejados en el Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas, presentado en 1836, obra cumbre de Esteban Pichardo, primer diccionario regional hispanoamericano, que asienta los principios para entender la riqueza del español cubano en su variedad dialectal y con ello fortalece los modos propios de hablar frente a cualquier intento de intromisión lingüística, camino por el que se irá conduciendo la lexicografía cubana posterior; pensemos en los trabajos de Alfredo Zayas y su Lexicografía antillana (1914), los de “El españolito” (Constantino Suárez Fernández) y su Vocabulario cubano (1921), los de Fernando Ortiz y su Glosario de afronegrismos (1924), obra maestra en el género, los de Esteban Rodríguez Herrera y su precioso Léxico mayor de Cuba (1958-1959), hasta llegar al Diccionario del español de Cuba (2003), que firman Gisela Cárdenas y Ana María Tristá, la recordada “Bibi”, por solo seleccionar algunos títulos representativos dentro del rico conjunto.

Termino, manifestando mi inmensa emoción por la dignidad que hoy me conceden y agradeciendo de corazón a esta Academia y a los muchos amigos que en ella tengo, a la cabeza de todos, a su director, mi muy querido Rogelio Rodríguez Coronel, por su amistad para mí invalorable.

Finalmente, decirles, aquí en La Habana, que creo en el pensamiento bellista no declarado de José Lezama Lima, quien decía que “Lo más valioso en el idioma es el destino afortunado de su uso”; que creo en la fortuna de la lengua española y, fervorosamente, en la expresión americana.

 

Francisco Javier Pérez