Margarita Vásquez Quirós/ Discurso de ingreso a la Academia Cubana de la Lengua como académica correspondiente en el extranjero

A la memoria de Nara Araújo.

Señora directora y señores académicos de la Academia Cubana de la Lengua. Señores invitados especiales, amigos todos:

Me presento ante ustedes muy agradecida por este alto honor que me confiere la Academia Cubana, y que recibo como una demostración de cariño a Panamá y a los panameños. Les aseguro que corresponderé con lealtad y amor a los cubanos, como lo he hecho siempre.

Al hablar de estos sentimientos, pienso en el pleno de esta institución, a la que me integro como académica correspondiente, pero permítaseme pronunciar los nombres de los académicos Marlen Domínguez, Ana María González y Reynaldo González, quienes propusieron mi candidatura a esta respetable Academia, y cuyo peregrino interés reconozco como demostración de particular amistad. Traduzco este homenaje con alegría como parte del disfrute del trabajo común, que es una rama firme del árbol de la vida. Nos hemos hecho amigos, en el caso mío, en la búsqueda de orientaciones para el  ejercicio de la intensa tarea académica. Y como esta isla no cesa de extenderse y de esparcir su generosa semilla, los vínculos se estrechan con la Academia Panameña de la Lengua, la Universidad de Panamá y el Ministerio de Educación, y esperamos cosechar hermosos frutos en nuestros fértiles espacios vitales.

He seleccionado como tema y asunto de mi discurso, el  Sumario de la Natural Historia de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, el Plinio de la naturaleza americana.  El Sumario, que así lo llamaré en adelante, es una breve crónica. Leída hoy, es una perspicaz descripción de la naturaleza y el hombre americanos, espontáneo inventario de las  Indias y entretenimiento para el Rey, Carlos I de España en 1525.   Apenas salido el libro de la imprenta en 1526, alcanzó un gran éxito, y fue traducido al latín, al italiano y al inglés. La enorme Historia general y natural de las Indias, obra cumbre de Oviedo, difiere por su tono del apacible humor del Sumario.

Oviedo fue veedor del oro de España en América, funcionario público, Alcayde de la Fortaleza de Santo Domingo y primer cronista de las Indias. Fue un viajero ilustrado. Atravesó seis veces el Atlántico, y visitó gran parte del Caribe insular y continental que conocemos hoy.

Una lectura de las primeras páginas del Sumario permite reconocer el trazado imaginario de un mapa que marca el rumbo de los viajes que parten de España, entran en el mar Océano, siguen por el mar de las Antillas, cruzan a Tierra Firme y penetran por el río Chagre hasta  un estrecho de tierra, en dirección al mar del Sur.  Cuando traza este recorrido, el narrador ofrece datos abstraídos de una multitud de circunstancias repetidas, de manera que consigue transmitir “estatismos y repeticiones”: rutinas, turnos, leguas, días, periodicidad, navegaciones y derrotas, cartas de navegar y cosmografía ignorada por Tolomeo y los antiguos. No el pasado histórico (que este no se renueva, como sí lo hace la vida).  De este modo, el discurso, reconocido generalmente como historiográfico, se acerca al escrito científico en el sentido moderno.

Examina lo que hay en la Española, en la isla de Cuba, en Tierra Firme (Panamá) con ojo clínico.  Se sabía que más allá de Panamá se iba por el mar del Sur a Terareki, la isla de las Perlas, pero el periplo todavía no es una empresa de reconocimiento científico como la de Humbolt.  Tampoco es un viaje fantástico como el de Odiseo, que suspende del todo las leyes naturales (aunque en Cuba, la naturaleza le guarda al visitante sus secretos). Es, más bien, el desbrozamiento de un atajo hacia la riqueza expectante, y aquí, nos vinculamos con la literatura. Un discurso que intenta encontrar un modelo para vincular las ciencias, la historiografía y la literatura, merece atención.

En el Sumario hay una rápida pero novedosa sistematización de la ciencia geográfica: dos hemisferios integran la idea de la esfera terrestre (uno para las Indias y otro para el viejo mundo). Promulgada por el sabio cartógrafo italiano Ramusio con datos ofrecidos por Oviedo, en aquellos años fue sensacional, porque “en la representación cartográfica, le tocaba (a América) de pleno derecho la mitad del globo terráqueo”.1  Por primera vez en los mapas no aparecían las Indias como un apéndice de Asia o un grupito de islas desperdigadas por el mar Océano, sino como un mundo nuevo. Esta comprensión totalizadora le da unidad al libro.

Pero al pasar la páginas intervienen un bestiario emblemático, un jardín oloroso a guayabas, muy diversas lenguas, ríos que no son de siete leguas sino que tienen siete bocas, mareas que crecen, antropófagos y nativos hidalgos. El cronista incursiona en las ciencias de nuestra vida usando la observación, la experimentación y la simbología. Consecuentemente, desde ahora digo, como Oviedo, que el Sumario no relata la manera como se hizo la conquista, ni la causa de la reducción de la población nativa, sino otra cosa.

Un desafío a la práctica común de los historiadores de la época de utilizar fuentes orales sin decir el origen, o de emplear indiscriminadamente fuentes escritas compromete al cronista Oviedo a relatar lo que él ha visto y no lo que le ha sido narrado, porque siente un verdadero apetito por la verdad. Pero para sostener lo que dice, organiza el mundo en una estructura retórica persuasiva con un orden político-social, una autoridad, una ley, un orden divino.  Todos estos elementos son característicos de la historiografía de la época.

Sin embargo, hay implicada sobre la epidermis discursiva del Sumario una característica importante de la relación (y no del modelo de historia): el texto del Sumario no se sostiene en una supuesta neutralidad de la enunciación, sino en un modo de expresarse más apegado a los hechos, tal como los vio el escritor, aunque promete dejar muy claras las fuentes orales y escritas cuando las use. No obstante, aunque escriba en primera persona dirá si él vio lo que relata y si es solamente una opinión, quién se lo dijo o dónde lo leyó. Aunque no hay una discusión teórica de la naturaleza del conocimiento histórico, enfatiza que sea condición sine qua non haber vivido lo que se cuenta, es decir, haberlo visto.2 Esta idea esbozada apenas en el Sumario se convertirá en su Historia en verdaderos “sarcasmos contra los historiadores a distancia”.3 En Oviedo hay siempre una fe particular en la propia observación, y también una crítica a la utilización indiscriminada de las fuentes escritas, en especial cuando los temas son novedosos o admirables.

Y, hablando de esto último, aterricemos. En Cuba, capítulo VIII, reporta dos cosas que “jamás se oyeron ni escribieron”.  La primera es un valle de unas dos o tres leguas, situado entre dos sierras o montes, “lleno de pelotas de lombardas guijeñas, de género de piedra muy fuerte, y redondísimas.4” Parecen municiones de máquinas de guerra, son  balas de piedra lisa, como la guija (dice:  guijeña), y las hay “desde tan pequeñas como pelotas de escopetas” hasta las propias para tiros de un quintal y de más peso o grueso. Cavando, se encuentran según se necesiten. En su Historia General y Natural,Fernández de Oviedo las ubica así:  “muchas dellas están… en especial, a par del río que llaman de la Venta del Contramaestre, que está quince leguas de la ciudad de Sanctiago, yendo a la villa de Sanct Salvador del Bayamo, que es la vía del Poniente.” También el cronista López de Gómara, aunque nunca estuvo en América, escribió en su Historia General: “Hay una cantera de piedras redondísimas, que sin repararlas más de cómo las sacan, tiran con ellas arcabuces y lombardas.” Tal vez pudiera yo parafrasear al cordobés Pero Tafur: “Yo encontré buena información de estas piedras en Internet, pero, pues no sé quién escribió ni con qué fin, déjolo para Oviedo, quien sí las vio”. Creo que son “revelaciones privilegiadas de la realidad”, marcas olvidadas sobre el antemural del Nuevo Mundo.

En este aspecto debo detenerme unos segundos. La actitud de Oviedo con respecto al menor valor de las fuentes escritas e incluso a la utilización del español en lugar del latín como vehículo lingüístico de la historia, lo sitúan en las fronteras culturales de dos épocas, desde donde tiende puentes de relación entre lo que había un poco más atrás en el tiempo, y lo que vendría después: énfasis en la experiencia. Su manera de pensar acerca de lo que debe contar la historiografía lo vincula con los cronistas medievales, sus antecesores, para quienes solamente tiene valor histórico lo que ha sido visto y oído,5 pero revela, además, un acercamiento a la similar mentalidad inquisitiva y empírica que se venía fraguando con el Renacimiento. Este tipo de paradicciones internas propias de una mentalidad que florece en el límite de dos momentos de la cultura occidental es característico de la obra de Oviedo.

Por ejemplo, deja muy clara en la Dedicatoria la importancia que va adquiriendo la palabra escrita en Occidente como “memoria” de lo que ha sido observado, sin mencionar el valor que ya había adquirido como “eco” de una cadena de informaciones repetidas en los documentos.

Pero es que además de la necesidad de que la historia se escribiera para dejar constancia de los hechos, o, como en este caso, de la realidad, debía ser escrita en latín, que era el lenguaje de los sabios. Sin embargo, el Sumario fue escrito en español sin que su autor diga nada sobre el particular. Al no escribir en latín, hasta cierto punto se subestimaban la continuidad de una voluminosa y supravalorada documentación que echaba carnes a través del tiempo, y un ordenamiento de las cosas del mundo en un espacio textual que se reconoce docto y culto (el latín) frente a otro popular que comienza a abrir las puertas al conocimiento (el castellano).

Lo cierto es que, a pesar de que las lenguas nacionales irrumpían con fuerza en aquel panorama histórico, en latín seguían escribiéndose y leyéndose las últimas novedades del intelecto, y no leer lo que la ciencia de la época ofrecía en aquella lengua o no escribir en ella era un poco, según general opinión, perder la oportunidad de reconstruir el discurso adánico primero: era, hasta cierto punto, quedarse, de una manera o de otra, fuera de la verdad. Una clasificación rigurosa de los historiadores en “populares” y “cultos” llega a ubicar a Fernández de Oviedo, indistintamente, entre unos y otros, porque hay críticos, precisamente, que lo tachan de falta de erudición, mientras que otros lo perciben como hombre educado por todo lo que dice en castellano. Esto forma parte de la desmesurada corriente de información trashumante de un escritor al otro, de una lengua a la otra, de la que, afortunadamente para los que hablamos español, se zafó Oviedo en el Sumario cuando escribía en español lo que veía.

Pues también en Cuba el cronista vio cerca del mar una montaña de la que salía un “licor o betún a manera de pez o brea”6, que usaban para cubrir los navíos.  Es petróleo, anota la edición del Sumario del Fondo de Cultura Económica de 1950. Grandes balsas o manchas de este betún sobrenadan el mar, relata Oviedo porque las ha visto, “se andan sobre el agua… o cantidades encima de las ondas, de unas partes a otras, según las mueven los vientos, o como se menean y corren las aguas de la mar de aquella costa…” Además hace una selección de fuentes escritas. Según Quinto Curcio, Alejandro encontró en la ciudad de Memi una gran caverna o cueva con una fuente que esparcía gran copia de betún.  Era tanto, que los muros de Babilonia podían haber sido teñidos con esta brea, de la que hay mejores señales en la provincia de Pánuco, en la Nueva España, cerca del Golfo de México. No comento la información. Hágalo cada quién.

Según Michel Foucult, antes del siglo XVII el historiador  “…no se definía por la mirada sino por la repetición…7”, de modo que su tarea  consistía en recopilar documentos y signos; más que ser aquel que ve y cuenta lo que ha visto (como Oviedo), era, más bien, el que repite y refuerza con una segunda palabra la primera, ya ensordecida. Pero los cronistas se hacen eco unos a otros: Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas, 1526, y Francisco López de Gómara en 1552 compartieron el interés de Oviedo por estas fosas, que por lo que expulsaban podrían haberse caracterizado como bocas del averno. D. Fernando Ortiz se aplica con buen humor en la Historia de una pelea cubana contra los demonios a ubicar estas entradas… o salidas. Entre las varias que menciona están las Cuevas de Bellamar, en la ciudad de Matanzas. Las traigo aquí, aunque no quede memoria de algún betún que sobrenadara las aguas maravillosas de esas playas. Quién sabe.

Dilucidar si el Sumario es ciencia o es historia requiere dilucidar cuál es el conocimiento verdadero al que aspira el hombre del siglo XVI.  ¿Cómo adquiere el conocimiento? ¿cómo lo informa? ¿razonando acerca de la naturaleza o verificándola? Veamos el caso del tigre:  no se piensa en el animal como independiente de la palabra que lo nombra, sino como palabra que es parte consustancial del animal, y está en él como marca para que lo podamos reconocer. Oviedo relata:  “El tigre es animal que, según los antiguos escribieron, es el más velocísimo de los animales terrestres, y tiguer en griego quiere decir saeta; y así, por la velocidad del río Tigris se le dio este nombre.” Por eso Oviedo, después observar que es lerdo el animal americano al que los españoles llaman “tigre”, concluye en que este animal no es un tigre, sino que su verdadero nombre es ochi, como le dicen los indios. Es ochi y no tigre porque, aunque se le parece, en el ochi hay una condición diferente: su torpeza al andar.  Después de identificado este atributo, puede ser extendido a todos los ochis existentes en las Indias Nuevas para segregarlos del resto de los que, en efecto, son tigres por la rapidez de sus movimientos.  Este razonamiento lo realiza Oviedo encarando la similitud y la diferencia entre ochi y tigre. Esta es una de las formas de nombrar.

Así que, volviendo a Cuba, no solamente las señales del pasado remoto, sino la descripción de la riqueza de la vida y, además, las prácticas amables del hombre americano, su tecnología, tienen que ser nombrados en el Sumario.

Crean ustedes que la pesca y la caza por los indios de Cuba y Jamaica son temas para ser presentados en nuestros días en “Animal Planet”.   Para pescar se valen los nativos hábilmente, del pexe reverso o rémora.  Me resulta simpatiquísimo imaginar a un pez “feo, pero de grandísimo ánimo y entendimiento”, al cual “el indio le dice en su lengua que sea  animoso y de buen corazón y diligente, y que sea osado y aferre el pescado mayor y mejor que vea”.  Lo lanza donde andan los pescados “sobre aguados”, que se vean. El pez reverso sale como una saeta (aunque no es tigre) y se aferra, por ejemplo, a una gran tortuga. Esta huye despavorida mientras el indio le da cuerda hasta que se cansa y se dirige hacia la costa. Allí el indio atrapa a la tortuga, y al pez reverso, que ha servido de verdugo, le expresa su agradecimiento con palabras amables.  Algunas de estas tortugas o pescados son tan grandes que tienen que ser llevados por seis hombres. Parecen contrarios a la razón estos hechos, pero Oviedo no da opinión alguna al respecto.  Simplemente, constata lo que ha visto, como enviado especial del noticiero del reino. Ahí está lo real maravilloso como apuntó Carpentier.

Otro tanto, informa que por Cuba pasan bandadas de ánsares bravas. Son bellísimas aves negras migratorias de buen tamaño, los pechos y vientre blancos, y alrededor de los ojos unas berrugas redondas del color del coral que caen por el cuello.  Son gansos silvestres,  salvajes y huraños, pero de color negro. Vienen de paso y se asientan en grandes lagunas.

Apenas iniciada la ficción de este peregrinaje, y Oviedo realiza una “verificación razonada” de las similitudes y diferencias que hay entre lo que existe y su memoria,  en un afán muy medieval8 de acercar los seres y las cosas de las Indias Nuevas a la tierra española. Este era y es un método muy general de explicar lo inédito a partir de lo conocido.

Está claro que los nombres del pexe reverso o rémora y del ánsar brava no proceden de las lenguas indígenas.  En el caso del “pexe”, del latín piscis, queda caracterizado porque es un pez, animal de agua.  Pero esto no caracteriza al pexe reverso, así que le agrega el adjetivo reverso. En el Diccionario de Autoridades de 1737, aparecen el sustantivo pexe, animal de agua, por un lado; y reverso, como sustantivo pero no como adjetivo. Covarrubias opinaba que este último era más voz italiana que española, y valga decirlo aquí: Oviedo mantuvo estrecha amistad con los intelectuales de Italia y conoció muy bien la lengua italiana.  En 1780, del sustantivo reverso se dice en el diccionario:  pez de tanta fuerza que puede detener el curso de un navío. En 1899, aparece el lema pez reverso en el Diccionario de la Real Academia, y hasta el día de hoy. ¿Cómo llegó este nombre?  Arrastró consigo modos de escribir y de usar las voces: pexe, pesce, pece y pez; reverso y rémora usados como sustantivos y adjetivos. Y me digo, más allá de los libros: tiempo dichoso este del Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE),  de las bases de datos, de los corpus de referencia y de la digitalización.

Con respecto al ánsar, del latín anser, -ĕris , Oviedo observa que es ave de paso, vuela en bandadas y es de color negro. No es doméstica sino salvaje, brava. Es diferente al ánsar y al ganso, definidos en el DRAE (dos siglos después de Oviedo) como animales domésticos. Pero en el Diccionario de Autoridades de 1734 anidó el ganso bravo(lat. anser ferox) de color ceniciento y no blanco.

En el Sumario, el narrador detalla la caza de estas aves: los indios echan al agua de la laguna unas calabazas grandes vacías y redondas que flotan, dentro de las que cabe una cabeza humana, y que con el vaivén del viento van a dar a la orilla. Inevitablemente las ánsares se escandalizan cuando ven a su lado estas calabazas, cascos, globos flotantes. Pero como las calabazas no les hacen nada, no las atacan ni hacen aspavientos, les pierden el respeto y se atreven a subir sobre ellas. Entonces, el indio se pone una en la cabeza hasta los hombros, y el cuerpo bajo el agua. Por un pequeño agujero observa a las ánsares, y se pone junto a ellas, nadando, porque, advierte el cronista, los indios son grandes nadadores.  Cuando al cazador le parece oportuno, saca la mano, toma el ave por las patas y la mete bajo el agua y la ahoga. Las otras no se espantan porque piensan que su compañera se ha zambullido para pescar.  De este modo, cazan muchos gansos que les sirven a la alimentación.   Curiosamente, una acepción de la palabra calabaza en el Diccionario de autoridades, edición de 1729, es metafórica.  Dice: es todo aquello que se echa delante para explorar y averiguar algo, y también para incitar a alguno y engañarle para que caiga en algún lazo…”

   Si analizamos los datos pensando a Oviedo como el funcionario del imperio que le rinde un informe al Rey, me parece que incluso en estas narraciones tan curiosas,  enfoca el problema de  la alimentación en las nuevas tierras. De hecho, en Cuba, además de hablar de la caza y la pesca, cuenta minuciosamente cómo se siembran el maíz y la yuca desde el momento en que se prepara la tierra hasta la cosecha. Y advierte: todo esto ha sido aprendido de los indios. Le cuenta al Monarca muy alegremente cómo obtienen y procesan sus mantenimientos los nativos;  los recursos naturales que existen; y el ahorro y consumo de bienes y servicios, como decimos hoy, para evitar el gasto extravagante. En fin, que en La Española, Cuba, San Juan y Jamaica, en el Sumario hay un arqueo de lo que tienen los españoles en 1525.

Un sedimento ideológico en la obra delata las ideas políticas y económicas epocales. En el Sumario se defiende la acumulación de la riqueza para el reino, como nación. Pero Oviedo no aprueba el abandono de la tierra productiva de las islas para dedicarse individualmente al comercio y a la minería para enriquecerse. Argumenta que hay que conocer las riquezas naturales y explotarlas con la mano de obra indígena para llevarlas junto con las especias por Panamá. Así se reducirá el tiempo de navegación. Informa al Rey porque piensa que el conocimiento de la realidad es básico para gobernar. Y concluye solicitando la restricción de la moneda (el ducado doble), y expresa: a donde vaya, la moneda será signo de la riqueza del estado español, y peor aún, se llevará consigo esa riqueza. Los ducados que se mudan a los bolsillos extranjeros, jamás retornan sino con los quilates reducidos. Son testigos y pábulo de la ambición y avaricia ajena, y regresan devaluados a la escena española. Por todo esto, el Sumario es un temprano brote de la forma que llamamos “ensayo”.

Digo asimismo que de los animales que no se comen y de las plantas diferentes también se ocupa en tierra firme, y describe y nombra un mundo que se compara al europeo, y que puede resultar, finalmente, un mundo al revés del conocido. Parece que contrasta las ideas geográficas de Plinio, el Viejo con Pierre D’Ailly, y como totalidad narrativa, de algún modo revisa con largavistas el Libro de las Maravillas de Marco Polo. Ya Beatriz Pastor nos advierte sobre el valor instrumental de las lecturas que pudieron haber hecho los descubridores y cronistas. Ajustando esta idea no a la temática ideológica, sino a la forma múltiple del discurso del Sumario, no puedo dejar de mencionar que Oviedo, además de las crónicas, escribió una novela de caballerías, el  Claribalte, pocos años después de la publicación del Amadís de Gaula en 1508. Es cierto que el Sumario no es una obra de ficción, pero lucha por  representar una realidad no plenamente identificada con denominaciones españolas, y también nativas, de darle unidad a la multiplicidad. Pienso, pues, que, internamente, como nos acontece a todos los lectores, actualizó las lecturas de los clásicos griegos y latinos, y así consiguió el escritor que, maravillosamente, dialoguen los textos antiguos con la naturaleza americana y europea, y con la naturaleza y la cultura coetáneas del escritor y del lector. Es decir, conmigo.

 Con respecto a las semejanzas dobladas, ya hemos visto que si en el agua del mar hierven los peces, en el cielo de las Indias Nuevas millares de aves se alimentan; en las islas, expresa Oviedo, los animales, las plantas y hasta los hombres se desarrollan menos que en Tierra Firme; el movimiento del mar en hemisferios opuestos parece reflejarse; las estaciones cobran vida en momentos contrarios; la tierra y el agua se asimilan, una sobre la otra, en su cercanía; hay una oposición entre el puente y el paso de agua imaginado para llegar al mar del Sur; la encrucijada para determinar la ruta mejor acerca la montaña y el río; una puente admirable al llegar a Panamá parece un espejo del puente continental, el istmo; la cercanía de pueblos “civilizados” y de antropófagos extraños se manifiesta en contrastes que explican que haya un espacio para cada hombre; las llamativas riquezas de las Indias Nuevas se reducen a una moneda; los nombres indígenas y los españoles intentan invertir la relación de lo visible y lo invisible. En resumen, una naturaleza admirablemente fecunda y original es vista un poco como mundo al revés9 o como tierra que es otra, lo que implica la comparación entre lo conocido y lo novedoso.

Giambattista Vico (1668-1743), dos siglos después del Sumario, encontró en la similitud el origen de la poesía cuando en su Scienza Nuova, expresa:

“Dado que los hombres ignorantes de las cosas, al querer cobrar de ellas idea, se sienten naturalmente inducidos a concebirlas mediante semejanzas de cosas conocidas, y donde no tuvieren copia de ellas, a estimarla de su propia naturaleza, y supuesto que la más conocida se compone de nuestras propiedades, dan a las cosas insensatas y brutas movimiento, sentido y razón; y éstas son las labores más luminosas de la poesía”.10

En el espacio ambivalente del Sumario (curiosamente) la secuencia de los elementos del contenido, en la superficie, no obedece por completo a una continuidad marcada por lo precedente, sino que se van manifestando los elementos como conjuntos que a veces se superponen. Tampoco hay una serie causal en la identificación de una ruta porque el movimiento de las mareas, las diferentes lenguas indígenas, las riquezas no son la causa del camino, sino señales de su cercanía. ¿Hay, sin embargo, en un nivel profundo, de acuerdo con la visión providencialista de la época, una causalidad fundamental?

Me asaltan dudas acerca de la “sinceridad” de la fe de Oviedo en la Providencia, y me pregunto: ¿hasta qué punto podría considerarse paródico el texto del Sumario? No se olvide que “la literatura cómica y paródico-travestista de la Edad Media fue extraordinariamente rica”11 y aceptada, y que en 1525 persisten sus influencias.

Lo que me hace dudar son las siguientes consideraciones extratextuales: en primer lugar, en 1520 Magallanes había encontrado la ruta de las especias por la Mar del Sur, pero era muy difícil de surcar. En las Quincuagenas, escritas años después por Fernández de Oviedo, se burla de quienes pretenden identificar la ruta hacia las Molucas. Hasta la fecha de publicación, la corona española había demostrado escaso interés por los viajes de reconocimiento de las Indias, incluso cuatro años después de publicado el Sumario, el Rey empeñó las Molucas; el mismo Antonello Gerbi, el sabio italiano conocedor del cronista, sospecha que el interés de Oviedo por el camino de tierra por Panamá no fuera más que afán de polemizar con Pedro Mártir y, fundamentalmente, los funcionarios y militares del reino sabían bien cuál podía ser una motivación para el Monarca: las riquezas.

Bien pudo el autor adoptar un exterior sometido a la norma para “mostrar” unos argumentos (las riquezas) que no se correspondían del todo con la verdad.  Por otro lado, también pudo el autor dejar correr ¿a propósito? la parodia subterránea (y hasta irónica) de una novela de viajes por una tierra exótica llena de seres inimaginables aunque maravillosamente reales, para enfatizar el carácter aventurero de quienes, como él, cruzaron el Mar Océano. ¿O quizás así vio el europeo las colonias, con el ojo maravillado (carpenteriano) que selecciona entre todo lo que ve?

El narrador está  preso en esa manera de conocer mediante las semejanzas, de modo que compara. Entre los pocos cuadrúpedos encontrados en Cuba incluyó el cronista a las jutías (hutías), que son como ratones “o tienen con ellos algún deudo o proximidad”. Estas dos características del animal (cuadrúpedos y ratones) quedarían impresas en las definiciones del DRAE por más de cien años. La voz “hutía”, con h, apareció en 1804 sin ninguna marca de origen. Este “cuadrúpedo de América”, más tarde “mamífero roedor”, llegó pareciéndose a una rata casi hasta el siglo XXI. Por su origen, ha sido voz caribe y arahuaca. Pero en 1925 se estrenó la jutía con “j” , marcada como cubana. Esta marca la compartiría más tarde  con República Dominicana y después con las Antillas.

Los coríes o curieles, hoy conejillos de Indias, obtuvieron identidad en el DRAE de 1925. Nada, que las palabras admiten diversos matices de correspondencia con el suceder real, incluso en la historiografía de los diccionarios, y que entre hutías y ratones y curieles y conejos hay similitudes que descubren una pertenencia a un mismo grupo de seres, “una naturaleza secretamente compartida”, según Foucoult.

Sin embargo, Oviedo no los confunde ni con gigantes ni con enanos. Hay que reconocer que al narrador del Sumario no le acontece lo que a don Quijote, que ve un ejército donde hay un rebaño de ovejas: engaño de los ojos, tergiversación de la semejanza. Todavía no llegaba el momento de Cervantes ni de la parodia descarnada de las novelas de caballería, de la burla a una manera de conocer sujeta a las similitudes.

Pero sí parece burlesca la selección y ubicación de cada cosa en los lugares que le permitan interpretarlas como señales de un camino mítico, creado por la imaginación. Mediante el ajuste a una forma similar ya existente (la de los textos antiguos), se introduce otro sentido que es magia, es juego y es erudición.

En este cruce de una forma retórica obligatoria con la narración de un viaje, se reconoce una parodia juguetona y el presentimiento de otra forma literaria. La forma argumental y la novela son dos modos de tramar mutuamente excluyentes, pero la posibilidad de su vinculación (irónica) demuestra que en ese mundo de transición en el que vive Oviedo, insistir en mandamientos de cumplimiento obligatorio es fatuidad.  Y, sin saberlo nadie todavía, ni siquiera el mismo Oviedo, comenzaba a fraguar el ensayo.

 Considérese:

El Sumario comienza con una alabanza a las historias y libros escritos por “el hombre que por el mundo ha andado”, y se acoge a la opinión de Plinio. Sin embargo, ya en el primer capítulo se refiere a la ignorancia de las tierras nuevas por parte de Tolomeo y los antiguos.

En la discusión acerca del tigre, piensa que Plinio y otros autores hablaron parcialmente de la realidad, y poco después dice con toda claridad que los antiguos no supieron nada de las Nuevas Indias porque era una tierra incógnita hasta que Colón la descubrió. 12 Demuestra de esta manera su excepticismo con respecto a la posibilidad de sacar a las fuentes escritas alguna verdad sobre el pasado de las Nuevas Indias. Por último, levanta con la narración antigua de viajes, a pesar de que en la antigüedad no supieran nada de las Nuevas Indias, otra estructura más libre, más contestataria. Además, la escribe en español y no en latín.

Debido a esta lógica que no es causal sino más bien relacional y simbólica, (y que podría considerarse lúdica y también argumental), los nudos de la narración se van fijando en el espacio por donde debe transcurrir el viaje: Puerto de Palos-las islas del Caribe, Urabá en Tierra Firme, Nombre de Dios, Panamá. En todos estos lugares los indios se ofrecen al lector como espectáculo, y en la imagen que de ellos se va presentando, toma interés el aspecto sexual, expresado la mayoría de las veces con humor, otras veces con franqueza. Al respecto, no se hace distinción entre vicio y virtud.13

También aparecen elementos macabros, una presencia absoluta de la muerte, como la búsqueda de oro en las sepulturas indígenas o la presencia de cadáveres de indios entre la basura de la ciudad de Panamá. Y aunque de igual manera se describe la plenitud de la vida, también es llamativa la abundancia de informaciones acerca de la manera como se mata a los animales.

Estas vidas truncadas con violencia, con crueldad, sugieren la comprensión del vivir como proceso trágico, especialmente si se observa cómo se continúa la narración, sin mayores consecuencias, sin siquiera comentarios, pero la mortandad se enfrenta a la muchedumbre de la fauna volátil: rabihorcados, alcatraces, cuervos marinos en la costa de Panamá, y entonces aquello va adquiriendo un sentido irónico. (Comprendo que mi lectura es la de una lectora del siglo XXI. Posiblemente, en el siglo XVI no tenía importancia la muerte de un indio o de un perrito mudo).14

Con respecto al lenguaje, es ambiguo porque es mimético y a la vez creador de su propio espacio; claro y a la par múltiple. Es un lenguaje que se va explicando y discutiéndose a sí mismo.

Pero, además y finalmente, la concisión y movimiento grácil del discurso del Sumario (muy del gusto de esta época en que vivo) atrapa al lector del siglo XXI en una especie de maravillado encanto, propio de la literatura, en algunos de los fragmentos. Debemos entender, entonces, que en esos momentos, el cronista “no se comunica con nosotros por medio del lenguaje, sino que nos comunica lenguaje.”15 De esta manera, el lector esencial del siglo XXI realiza una lectura estética de la obra y acepta una convención que es fundamental en la literatura.

El Sumario, que tenía una doble motivación (histórica y de entretenimiento), fue  construido como mímesis, “como jeroglífico” y al mismo tiempo “como espectáculo”. En síntesis, se sumergieron en el discurso elementos formales que nos permiten identificar en el Sumario rasgos de las narraciones de viajes antiguos, del diálogo y de la parodia debajo de la natural historia.

Para los lectores del siglo XXI,  una obra que sirve para justificar que se pase de una situación presente16 a otra que se concibe como mejor, pero que es hipotética,17 necesariamente es “historia” ficticia.18 La intención original de referirse a la verdad y solamente a la verdad queda desvirtuada, desde nuestro punto de vista porque las dos “propuestas” se proyectan hacia el futuro de 1525 a partir de un presente considerado en su transcurrir, y del porvenir no se puede decir nunca que es verdadero sino posible.19 Curiosamente, esta es también una de las características que anteceden o anuncian a la novela.20

Desde la Dedicatoria se ponen a funcionar el ojo y la condición novedosa de lo observado para hacer la selección. La mirada maravillada ya no del conquistador sino la del funcionario del Imperio, del veedor, del cronista se encanta ante el espectáculo de las Indias, para contribuir al surgimiento de toda una literatura cuyos ingredientes han sido tomados de lo maravilloso de la realidad, como explicara Alejo Carpentier.

Palabra y vida se hacen una en este libro. De forma muy del gusto nuestro, resulta seductora la acumulación, la suma de datos que sabemos inauditos y extraños para el conocimiento de aquella época, pero casi siempre certeros. Tan auténticos son, que nos permiten verificar hoy (en un afán seudocientífico) que seguimos viviendo, a pesar de los pesares de la vida moderna, en aquel mismo escenario.

Todavía quedan en la isla de Cuba restos (o quizás más) de la brea que hiciera remontar el pensamiento del cronista hasta los muros de la legendaria Babilonia (¿petróleo?). Los pericos ligeros que atravesaban “Gamboa road” en el Panamá de 196025 y desde mucho antes, comienzan a hacerse invisibles a principios de este siglo, y la escala descendente de sus gritos apenas si se puede escuchar en las selvas panameñas. Los encubertados dejaron de tener “la forma de las cubiertas para los caballos de armas”26 porque éstos ya no existen, pero siguen siendo “excelente manjar” para los compradores de los alrededores de las tierras del cacique Capira. Las manadas de puercos de monte se cuenta que aterrorizan al hombre todavía por los lados de Chepo. El Chagre majestuoso aumentó su haber letrado con una “s” final; la quema de la selva para “sanear” el ambiente la va convirtiendo en llamarada viva; las iguanas y los conejos muletos tienen que ser reproducidos y criados en corrales para evitar que desaparezcan; y la multitudinaria cantidad de aves (tal vez cansada de atisbar la llegada del cardumen) ha aprendido a hacer interminables filas en los hilos de la electricidad urbana.

Mucho de lo que cuenta el narrador sobre la naturaleza de Tierra Firme no es imaginación sino realidad maravillosa. Y, por lo mismo, satisface con creces las expectativas de entretenimiento y recreación que se anuncia al comenzar el libro.

La Habana, 11 de febrero de 2013.

Notas

1 Antonello Gerbi. La naturaleza de las Indias Nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo. México, la. Reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 1993, 879 págs.

2 Al respecto, expresa Antonello Gerbi, Op. Cit., Pág. 282: “El tema es obviamente inagotable. ¿Hará falta, por ventura, remontarse a Tucídides o aducir los clásicos ejemplos de Leonardo da Vinci y de Giordano Bruno? Más vale limitarse a recordar aquella máxima del gallego Orosio, para quien sólo los testimonios oculares hacen historia, y el resto es una compilación, o citar, si no, aquello que el cordobés Pero Tafur había escrito en sus Andancas e viajes (1435-1439): “Yo uve buena información de la cibdad de Damasco, pero, pues no la vi, déxolo para quien la vido”; o aquello que el andaluz Francisco Delicado pone en labios de su Lozana: quien vive muchos años, oye cada día novedades, pero “quien mucho anda, ve lo que ha de oír” Giocondo, en efecto, descubre a la reina enroscada con el enano: “non l’lode egli d’altrui, ma se lo vede”; ¡y vaya si es suficiente! Y en nuestros días, el astuto anciano gentleman de Shaw reafirma la superioridad del ojo sobre el oído: “what the traveller observes must really exist, or he could not observe it. But what the native tell him is invariably pure fiction”.

3 Véase Ibid., Pág. 293.

4 Gonzalo Fernández de Oviedo.  Sumario de la natural historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica, México, 1950. pág. 102.

5 Cuando ocurre el descubrimiento de América, la cultura española no había terminado de salir de la Edad Media (Véase Antonello Gerbi, Op. Cit., Nota 19 de la Pág. 144) . La influencia de San Agustín (354-453) se mantuvo por mucho tiempo. Este filósofo recibió influencias del neoplatonismo, del que aprovechó la idea de que toda la existencia tiene una naturaleza divina, y de que antes de que Dios creara el mundo, ya las “ideas” existían en sus pensamientos. De esta manera, incorporó las ideas eternas de Platón con la imagen cristiana de Dios. Sobre la manera de conocer el mundo, pensaba que la realidad está dividida entre el mundo de los sentidos y el mundo de las ideas. De los sentidos solamente podemos conseguir conocimientos imperfectos porque todo lo que podemos tocar y sentir en la naturaleza fluye, se desgasta con el tiempo. Sin embargo, cada cosa está hecha a imagen de un molde eterno e inmutable, espiritual o abstracto, una “idea” que provee la imagen de cada cosa que ha sido moldeada en la tierra. Según Platón, tras todo lo que vemos debe haber un reducido número de moldes, o ideas, y del mundo de las ideas se pueden extraer conocimientos ciertos mediante la utilización de la razón, no de los sentidos. En otras palabras, detrás de los distintos fenómenos con los que nos topamos en la naturaleza, que se disuelven y mueren y cambian, están las ideas eternas e inmutables, a las cuales llegamos mediante la razón después de haber captado por los sentidos muchas imágenes de un mismo tipo más o menos perfectas.

6 Gonzalo Fernández de Oviedo. Op. Cit. pág. 77.

7 Michel Foucult. Las palabras y las cosas, 23ª.ed., México, Siglo XXI, Pág. 131.

8 Carlos Bousoño. Épocas literarias y evolución. Edad Media, romanticismo, época contemporánea. Madrid, Ed. Gredos, 1981, 2 t., Pág.330.

9 Véase Ernst Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina (1), México, Fondo de Cultura Económica, 5ª. reimpresión, 1995, Pág. 143.

10 Giambattista Vico, Principios de una ciencia nueva. En torno a la naturaleza común de las naciones. México, Fondo de Cultura Económica, 1987, Pág. 161.

11 Mijaíl Bajtín, Problemas literarios y estéticos. La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1986. Pág. 497.

12 Gonzalo Fernández de Oviedo, Op. Cit., Págs. 145, 146.

13 Marco Polo en su Libro de las Maravillas (Barcelona, Ediciones B.S.A., 1997) también toca  brevemente temas relacionados con las costumbres  sexuales de los pueblos por él visitados.

14 Estoy considerando que en la estructura básica del Sumario se reconoce un sentimiento anticristiano, o que lo desconoce.  El cristianismo de la época impone el repudio del aspecto sexual “demoníaco”, pero no las imágenes matrimoniales y virginales. Asimismo, reconoce la redención del hombre como finalidad última de la muerte de Cristo. En el libro de Oviedo, en cambio, se trata la sexualidad indígena así: destaca la desnudez, lo homosexual y lo adúltero (no lo incestuoso). Con respecto a la muerte de los indios, se acepta como pérdida de la mano de obra, y los restos humanos indígenas son tratados sin mayores muestras de respeto.

15 Félix Martínez Bonati, La estructura de la obra literaria, una investigación de filosofía del lenguaje y estética. 3ª. Ed. Revisada, Barcelona, Ed. Ariel, S. A. 1983. Pág. 131.

16 La búsqueda del camino de las especias, la conservación de la riqueza por parte de los españoles corresponde al presente de 1525.

17 La localización de las islas y el traslado de las especias a través de Panamá son suposiciones.

18 Que se cambie la ruta por la cual se busca al momento la Especería y que las riquezas americanas sean solamente para los españoles.

19 Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias Nuevas, Pág. 438. “En 1529, en efecto, según cuenta López de Gómara, Carlos V, a punto de ir `a su gloriosa coronación en Boloña, le pasaba las Molucas y la Especiería en calidad de prenda al rey de Portugal por la suma 350,000 ducados que éste le había prestado por tiempo indeterminado.”

20 M.M.Bajtín, Op. Cit., Pág. 527.

21 Gonzalo Fernández de Oviedo, Op. Cit., Pág. 80: “no mire vuestra majestad en esto, sino en la novedad de lo que quiero decir, que es el fin con que a esto me muevo; lo cual digo y escribo por tanta verdad como ello es, como lo podrán decir muchos testigos fidedignos que en aquellas partes han estado.”

22 Ibid., Pág. 87

23 Ibid., Pág. 85: “otras particularidades de que vuestra majestad no debe tener tanta noticia, o se le pueden haber olvidado”.

24 Idem.

25 En la novela del panameño Joaquín Beleño, Gamboa Road Gang (1960), un perico ligero o mono perezoso, a punto de ser atropellado por los camiones y carros que surcan la carretera, se convierte en símbolo de la situación  de Panamá con respecto a sus relaciones con los Estados Unidos.

26 Gonzalo Fernández de Oviedo, Op. Cit., Pág. 157.