Discurso de elogio de Margarita Mateo en la entrega del Premio Nacional de Literatura 2016

(La Habana, 12 de febrero de 2017)

José Antonio Baujin

Querida Premio Nacional de Literatura 2016, Margarita Mateo Palmer;
autoridades del Ministerio de Cultura;
directivos del Ministerio de Educación Superior (que seguramente se encuentran),
escritores, amigos, invitados:

Cada entrega del Premio Nacional de Literatura en Cuba despierta expectativas diversas, sorpresas, polémicas sustentadas en los más disímiles criterios valorativos del gremio de escritores, editores, especialistas y público lector. Y es que, aún con mucho camino por andar en cuanto a posicionamiento dentro de nuestro sistema cultural, el Premio Nacional de Literatura ha conseguido convertirse en uno de los lauros más acreditados y codiciados en la Isla. Obviamente, la aspiración al galardón no la motiva un interés monetario, dada la escualidez rocinantesca de la dote, del todo desequilibrada frente a la envergadura de la distinción, sino lo que es menos volátil que la moneda dura, el carácter legitimado que otorga a los premiados, conformadores de un posible canon de las letras cubanas de estos tiempos.

Para los autores, es evidencia del reconocimiento de la valía de su esfuerzo imaginal y de escritura; de lo meritorio de los muchos sueños acumulados y los empeños por aportar realmente al ocio sano y al conocimiento que enaltece, al corpus literario de una isla que puede presentarse globalmente a través de él con tamaño de gigante. Para los autores significa el triunfo de sus apuestas por la obra vital entregada al cultivo de la literatura, vástagos echados al mundo con la esperanza de que encuentren el sentido cabal de su existencia en las accidentadas y nutridas rutas de la lectura inteligente y fertilizadora.

El lauro otorgado hoy a Margarita Mateo Palmer enaltece la condición del Premio Nacional de Literatura. Lo prueba la enorme resonancia favorable que ha tenido la noticia dentro y fuera de Cuba. No podía ser menos, porque Margarita Mateo forma parte del grupo de escritores e intelectuales cubanos que no viven de la literatura, existen para y, en su caso, en la literatura, y la obra que exhibe marca con huella profunda la historia de la manifestación. La sentencia martiana «Saber leer es saber andar. Saber escribir es saber ascender» cobra especial significado en autores como ella.

Investigadora, ensayista, narradora, profesora de literatura, el quehacer intelectual de Margarita Mateo se ha alineado siempre con las urgencias culturales de una sociedad clamante por un pensamiento que actualice nociones, que recele de las certezas establecidas y se arriesgue, que se convierta en provocación para el diálogo y la polémica fecundas. Maggie comprendió muy temprano en su desarrollo profesional la utilidad de la virtud de un trabajo docente, investigativo y escritural lúcido y honesto, que desterrara la actitud aquiescente y genuflexiva ante el statu quo, inútil en su cíclica redundancia. Ello le supuso optar por el camino más difícil e incómodo, el que requiere de mayor poder de resistencia, el de las posturas de vanguardia, el trillo profesional más sembrado de maleza y escollos de todo tipo, pero la ruta, sin duda, más comprometida con el tiempo y nuestras circunstancias, con la vocación humanista y descolonizadora que sembraron en las entrañas de la nación nuestros ideadores.

Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana en 1974 y Doctora en Ciencias Filológicas desde 1991 por la misma alma mater de la educación superior. Las aulas de su Escuela de Letras en Upsalón y las del Instituto Superior de Arte fueron su principal laboratorio de ideas durante cuarenta años. Quienes hemos sido sus alumnos sabemos que hay una marca Margarita Mateo, al menos; un tatuaje Maggie en el cuerpo intelectual, un grafiti Maggie en nuestro muro profesional. Tal ha sido su entrega docente, su pasión desbordada por la literatura, su constante provocación inteligente, su cercanía de magistra.

Su posicionamiento discursivo en la Academia en los dominios de las letras latinoamericanas, caribeñas y cubana la obligó a saber de las centralidades de la crítica y la historiografía y, por tanto, de sus límites, una noción siempre activa en el pensamiento de Maggie porque en los bucles, en los intersticios o en el cruce de fronteras ha hallado siempre la revelación. Un acercamiento a la poética de Margarita Mateo no puede desconocer su personal y desestabilizador trato con estructuras añejas como las de centro/periferia, adentro/afuera, local/universal, realidad/invención, discurso científico/discurso coloquial, espacio privado/espacio público, teoría/praxis, alto/bajo…

La obra de Margarita Mateo rehúye la lluvia en terreno mojado. Su pensamiento, diseminado en más de un centenar de artículos y ensayos publicados en revistas culturales y académicas de Cuba y el extranjero, y en más de una docena de libros propios, es pensamiento fundador, tanto cuando los autores clásicos son el objeto de estudio, como cuando se enfrenta a las producciones actuales y/o marginales o no establecidas.

Maggie forma parte de un pequeño núcleo de intelectuales cubanos que se propusieron en los ochenta y los noventa desperezar el conocimiento teórico de la literatura y la cultura en el patio, sacarlo de su encorsetamiento manualista trasnochado y conectar con lo más valioso del flujo teórico internacional sin acatamientos dóciles (aquí no puede dejar de mencionarse a Salvador Redonet, amigo y compañero de batidas de lanzas contra gigantes-molinos).

Si la literatura latinoamericana cuenta con zonas iluminadas por Margarita Mateo, es imprescindible apuntar que su piedra es pionera, no solo en Cuba, en cuanto al universo de las letras caribeñas atañe, una noción que en la literatura internacional ella contribuye a perfilar en discursos críticos e historiográficos. Y en las letras de nuestra isla, Lezama, Carpentier, Lidia Cabrera, Guillén, Pablo Armando Fernández o Antón Arrufat, por solo mencionar algunos nombres, deben a Mateo textos y lecturas de obligada referencia; como obras, autores y tendencias de la literatura de las décadas del ochenta a nuestros días tienen en los juicios de Maggie motor de arranque crítico con eficaces estrategias legitimadoras. Del huracán al negro y su cosmovisión, del archipiélago y la insularidad como motivos a la migración y sus efectos culturales, de los textos de la trova tradicional y de la nueva y de la novísima trovas como espacio literario no tradicional a los no menos novedosos tatuajes y grafitis urbanos, performatividad potenciada de la expresión literaria en busca de canales otros de circulación. El testimonio, la literatura que expresa al negro, al sujeto femenino, al homosexual y al bisexual y otras manifestaciones situadas en lo que se entiende como periférico y marginal conocen del pensamiento movilizador, reestructurante de Maggie Mateo.

En un recorrido sucinto como este, que pretende un botón de muestra de razones suficientes para el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Margarita Mateo, no puede prescindirse de la mención al cuidadoso forcejeo con la lengua a que somete la autora su proceso de escritura; del registro culto al popular, Maggie se mueve de uno a otro y consigue un discurso elegante y personal… hechicera convocante, a través de las letras y las palabras, de la belleza que exorcice sus propios demonios. Ello todavía es más notorio en sus textos de flagrantes violaciones genéricas: su ensayo-novela y su novela-ensayo, por aludir de alguna manera a esos hitos raros de las leras cubanas que son Ella escribía poscrítica (1996) y Desde los blancos manicomios (2008), dos piezas que cierran el siglo xx y abren el xxi en nuestras letras con ciclópea altura y que en cada uno de sus momentos estremecieron el mapa literario insular.

Al cervantino y moderno juego de identidad del «yo sé quién soy» y quiénes soy según la percepción de los otros, Margarita Mateo opone el de «yo soy yo», ampliado por el «hoy soy yo». Margarita Mateo, ese delicioso sujeto (ex)céntrico de nuestras letras, merecedor de los más importantes lauros literarios de la isla (y algunos de fuera de ella) y hasta ocupante de un sillón de la Academia Cubana de la Lengua (hay que decir que, para conciliar con su espíritu rebelde e iconoclasta, el destino le otorgó la silla V, una letra inexistente en la fonética cubana y casi desaparecida en los caprichosos usos ortográficos de estos tiempos); Margarita Mateo es, desde hoy, Premio Nacional de Literatura. Eso, Maggie, para beneplácito de una multitud de admiradores, al frente de los que están la Marquesa Roja, el Babalao Veloz o Clitoreo, María Estela, el Negro de la Risa de Oro y muchos otros, personajes de realidad-ficción que han poblado tus lecturas, tus aulas en Cuba y en el extranjero, que son también tus lectores, colegas y amigos.

Maggie, al final late un nuevo posprincipio, ese que nos hace pedir/esperar con humildad, pero con toda exigencia, que la profesora revuelva nuevamente las fichas, los manuscritos, los poemas inéditos de un novísimo escritor, las cartas del Tarot, la convocatoria a un evento en quién sabe dónde… y que no desista de su afán por encontrar la pluma con la que escribe una crítica de la crítica sobre una novela. Comprende, Gelsomina, la necesidad de seguir sosteniendo –si es preciso, de rodillas– el peso aplastante de la isla fugitiva, maldita, del dolor, del olvido, también isla recobrada, de la memoria, isla entrañable. Querida Maggie, Surligneur-2, Dulce Azucena, Siemprenvela, Mitopoyética, Intertextual, Abanderada Roja, Gelsomina y un largo etcétera nominativo de identidades yuxtapuestas, superpuestas, antitéticas o complementarias, con las cuales te travistes o desnudas; querida Margarita Mateo, gracias por la piedra a la que te aferras, la que da sentido a tu existencia; prosigue tu andadura por los caminos que desfacen entuertos: si tu piedra no sirviera, «inútiles serían las estrellas».

Muchas gracias.