ELPIDIO VALDÉS se llama ELPIDIO

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Por Ana María González Mafud

No cabe la menor duda de que Elpidio Valdés, el personaje y el audiovisual, han dejado una huella indeleble en nuestra cultura por su autenticidad y raigal cubanía. Su existencia ha sido decisiva en el acercamiento de niños y jóvenes a la historia, a sus procesos y a los hombres y mujeres que la han hecho posible. Temas complejos han sido abordados con inteligencia y sensatez, con elegancia y originalidad, de modo que han podido ser comprendidos en todos sus matices. Comoquiera que en esta oportunidad –y en muchas otras- lo que abunda no daña, valga una vez más la felicitación a Juan Padrón por demostrar qué es la educación y cuánto puede hacerse desde el arte por trasmitir los valores y los sentimientos de identidad, respeto, honradez y solidaridad.

En esta ocasión, sin embargo, quiero referirme a un tema que, aunque relacionado con el personaje de Elpidio Valdés, tiene que ver con otro importante asunto: la ortografía y la lectura. Y me explico inmediatamente.

En las últimas semanas mis colegas y yo hemos estado calificando las pruebas de español para el acceso a las diferentes carreras universitarias. Hemos comentado las respuestas de los alumnos y algunos elementos que –sin tener datos estadísticos que los avalen- nos han producido grandes satisfacciones. En este sentido, apreciamos una mejoría sustancial en la ortografía, no solo en el hecho de que seguramente habrá disminuido el número de alumnos descalificados por esta causa, sino también en la naturaleza y menor cantidad de errores cometidos por los examinados. Estamos convencidos de que tales resultados se deben tanto a la voluntad de los propios estudiantes – de sus familias- y los maestros, como a los ingentes esfuerzos que desde la Academia Cubana de la Lengua, el propio Ministerio de Educación y el Ministerio de Educación Superior se han venido ofreciendo con la preparación y publicación de materiales y la realización de cursos de superación y postgrado, en las aulas universitarias y en la televisión (Universidad para todos). Esta labor, que ha exigido la dedicación durante muchos años de prestigiosos profesionales cubanos, entre ellos de manera especial de Leticia Rodríguez, Osvaldo Balmaseda, Vitelio Ruiz y Eloína Miyares, fue reconocida por el Dr. Salvador Gutiérrez Ordóñez, autor principal de la Ortografía de la Lengua Española (2010) de la Real Academia Española (RAE) y de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Durante su visita a La Habana, en octubre del año 2014, el Dr. Gutiérrez Ordóñez expresó que no conocía otro país del mundo hispánico en el que se hubiera hecho tanto y de manera tan sistemática por la ortografía como en Cuba.

Por otra parte, en la pregunta del mencionado examen en la que los alumnos debían referirse a alguna frase, personaje o suceso de nuestra tradición popular que mereciera ser recordado, una buena parte de ellos decidió construir su texto tomando como referente a Elpidio Valdés. Y puedo asegurar, siempre intuitivamente desde luego, que en un significativo porciento, los estudiantes no sabían cómo se escribía Elpidio, pues creían que el nombre era Pidio. Este hecho me hizo pensar en muchas posibles causas: en un primer momento recordé el complejo tema de los límites de las palabras y la segmentación morfológica y me vino a la mente la anécdota del padre que le pide al hijo que le alcance el tubo de micocilén y cómo el hijo, al entregárselo, le dice: “aquí tienes tu cocilén”. Minutos después pensé que, en los más de cuarenta años en que he trabajado en mi querida Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, y haciendo unos cálculos muy elementales y conservadores, les habría impartido clases a unos treinta alumnos por curso y ninguno de ellos se había llamado Elpidio¹. Por último, recordé la imagen de los animados de Elpidio Valdés en que se pueden apreciar sus títulos en grandes dimensiones (Elpidio Valdés contra dólar y cañón, Una aventura de Elpidio Valdés, Elpidio Valdés contra el tren militar, entre otras) y me preguntaba cómo era posible desconocer la escritura de la palabra.

Y es que seguramente algo de verdad hay en cada uno de estos razonamientos. Con toda certeza, el asunto tiene que ver con aspectos estrictamente lingüísticos, con la frecuencia de uso y con el concepto mismo de la lectura; y también con aspectos que desde una perspectiva sicológica pueden asociarse con las capacidades de concentración y aprendizaje de los escolares.

Ante todo, habría que precisar que el nombre Elpidio, de origen griego, significa el que espera y nunca pierde la fe. Y que, en otro sentido, la cuestión de la lectura se vincula con el polémico tema de la relación entre la palabra y la imagen. No pretendo extenderme en estas consideraciones, no es mi objetivo, solo quiero llamar la atención sobre cómo se ve sin leer, aun cuando se trate de ver palabras.

Y es que la lectura, como se sabe, no es solo asociación de sonidos y letras. La lectura es sobre todo evocación y comprensión. No se ha leído eficazmente si no se ha entendido. La mejor lectura es aquella que nos permite comprender -y aún más- ser capaces de resumir lo que hemos leído. Es un complejo proceso que requiere de la integración y la integralidad de muchos elementos técnicos yespecializados junto a otros de carácter sociocultural: el lector y los libros; los maestros, la familia, las instituciones educativas y culturales y los medios de difusión.

Soy consciente de que es un tema que va más allá de los intereses de unas breves notas y de que estas consideraciones podrían ser discutibles y argumentadas en otros sentidos, pero lo importante aquí es reconocer que justamente en la era de la visualidad, el lenguaje adquiere una nueva dimensión que nos permite «captar» y «asimilar» las imágenes de manera crítica y enriquecedora y, en consecuencia, aprehender la realidad no solo por una experiencia visual –sin dudas importante‒ sino también reelaborarla y completarla a través del pensamiento y la reflexión que nacen de «esa lengua que somos». Así lo reconoce Emilio Lledó, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2015, cuando afirma que «no hay un ver que sea, realmente, ver desde una mente que carece de la contextura y el entramado de las palabras». ²

Aspiro entonces a que, entre todos, sin tener que esperar y con mucha fe, como nos sugiere el significado del nombre mismo, logremos que nuestros jóvenes «vean», «escriban» y «comprendan» que el verdadero nombre de tan afamado y genuino personaje es, en realidad, Elpidio.

¡Hasta la vista, compay!

La Habana, 23 de mayo de 2016

¹ Sin embargo, llama poderosamente la atención la cantidad de niñas y niños que son inscritos con nombres tomados de las telenovelas o construidos de las más disímiles maneras, lo que merecería un estudio sociolingüístico de mayor alcance.

² Emilio Lledó: Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2009, p. 120